Continúo el relato del viaje realizado por tierras andaluzas del 17 al 28 de marzo, que dejaba la pasada semana tras visitar la ciudad de Málaga. El 27 de marzo iniciamos un nuevo recorrido por la costa malagueña, deteniéndonos cuando llevábamos menos de 18 km, en el municipio de Benalmádena, para visitar el exterior del castillo de Colomares (2 € los jubilados), pues no hay acceso al interior. Fue construido entre 1987 y 1994 para homenajear a Cristóbal Colón y presume de ser uno de los monumentos más famosos y hermosos de la provincia de Málaga. Cuenta con un bar en el interior del recinto.

La siguiente parada la tuvimos 37 km después en Marbella, población en la que en un anterior viaje nos gustó su casco antiguo. Dejamos el coche en el Parking APK2 Arias Maldonado, situado en la calle del mismo nombre, bastante cerca de la oficina de turismo, ubicada muy cerca junto al Paseo Marítimo, donde hicimos una pausa en la terraza de un bar. Caminamos por el paseo hasta la playa del Faro, donde se encuentra la estatua de Venus haciendo esquí acuático. Desde allí observamos al fondo la costa africana.

Enseguida abandonamos el paseo para caminar por otro lugar emblemático de Marbella, la avenida del Mar, un paseo peatonal que nos conduce al casco antiguo y que se ha convertido en un mueso al aire libre, pues su parte central la adornan un buen grupo de surrealistas esculturas de bronce obra de Salvador Dalí. Esta avenida conduce sin solución de continuidad al parque de la Alameda, un oasis en el centro de la ciudad, que cuenta con abundante arbolado, bancos decorados y una coqueta fuente central.

Cruzamos la avenida Ricardo Soriano y ya estamos en el casco antiguo, al que accedemos por la pintoresca y estrecha calle San Lázaro y nos dirigimos al centro de la parte antigua, la preciosa plaza de los Naranjos, en la que se encuentra el Ayuntamiento y la Casa del Corregidor y a la que se asoma la ermita de Santiago. De allí nos dirigimos a la iglesia de Santa María de la Encarnación, magnífico ejemplo de la arquitectura religiosa andaluza. Deambulamos luego por la parte vieja con rumbo a la calle Ancha, a cuyo final se encuentra la iglesia del Santo Cristo de la Vera Cruz. Concluido este recorrido, con todos los restaurantes abarrotados, deshacemos lo andado para comer, muy bien por cierto y con una excelente relación calidad-precio, en La Almadraba del Puerto, en la plaza de la Victoria, donde se encuentra la famosa ranita.

La siguiente cita la tuvimos a 33 km, en una localidad que no conocía, Estepona, cuyo casco antiguo es un buen ejemplo de pueblo andaluz, con casas encaladas adornadas con numerosas macetas con flores, así que deambulamos por sus calles, como el pasaje Maruja Mallo y la calle Concepción, con rumbo a un lugar icónico de Estepona, la plaza de las Flores. También nos acercamos a la iglesia de Ntra Sra de los Remedios, remodelada en 1772. Frente a ella se encuentra la estatua de uno de sus párrocos, Manuel Sánchez.

Una vez recorrido el casco antiguo, nos dedicamos a caminar por el Paseo Marítimo, que bordea la playa de Estepona y que está adornado por diferentes esculturas, siendo la que más me gustó “El viajero”, de Juanjo San Pedro, que parece estar mirando a nuestro destino situado al final del paseo. Se trata del nuevo icono de Estepona, el Mirador del Carmen, un equipamiento cultural inaugurado en 2023, que en su planta 12 tiene el Cielo Skybar, que cuenta con una espectacular vista panorámica. Hay que pagar 3 € por utilizar el ascensor, que luego te descuentan de la consumición. De aquí regresamos al Parador, dando por concluida esta jornada.

El 28 de marzo, como no teníamos el vuelo hasta avanzada la tarde, decidimos aprovechar la mañana para una visita que teníamos pendiente y que nos encantó. el Museo del Automóvil y la Moda, situado en av de Sor Teresa Prat, 15 (entrada 4 €). Como no teníamos transporte público decidí llevar el coche, pues cuenta con un amplio aparcamiento. Lo que no sabía es que lo utilizan los vecinos de la zona, no pudiendo aparcar hasta dar tres vueltas. El museo merece realmente la pena, pues en sus trece salas pudimos contemplar casi un centenar de exclusivos vehículos restaurados y más de 200 piezas de alta costura.

A continuación nos desplazamos al centro de Málaga. Resulta difícil aparcar, así que lo hicimos en el parking más grande, el del Muelle Uno, bajo el Centre Pompidou, así que caminamos por lugares que ya conocíamos, pasando por el parque de Málaga, y la zona en la que amarran los cruceros. Teníamos un lugar pendiente de visitar, la plaza de la Merced, en la que se encuentra el obelisco en homenaje al General Torrijos, que luchó por la Constitución y fue fusilado en Málaga en 1831. Pasamos frente a la iglesia de Santiago y, como nos gustó dos días antes, volvimos a comer a la calle Granada.

No lo teníamos previsto pero, de regreso al coche, pasamos frente a un lugar del que nos habían hablado muy bien, el Museo de Málaga, que ocupa el Palacio de la Aduana, un edificio de estilo neoclásico proyectado en 1788 al estilo de los palacios renacentistas italianos, con un patio central porticado. Este museo es fruto de la unión de dos museos provinciales, el de Bellas Artes y el Arqueológico. Su tamaño es enorme, pues cuenta con más de 15.000 fondos de arqueología y unas 2.000 obras de arte desde el siglo XV al contemporáneo. Lástima de no haber dispuesto de más tiempo para disfrutarlo.

Rápidamente regresamos al Parador Málaga Golf, donde habíamos prorrogado la estancia hasta las 6 de de la tarde, así que solo nos quedó un breve tiempo para contemplar por última vez el mar Mediterráneo desde la terraza de la habitación, mientras veíamos cómo jugaban al golf en el campo que teníamos al lado. El aeropuerto lo teníamos a tan solo 5 km, así que pudimos devolver el coche antes de la hora prevista, las 18:30, y embarcar con tranquilidad pues nuestro vuelo de Volotea salía a las 20:25 h llegando al aeropuerto de Bilbao a las 10 de la noche.

De esta forma concluyó este intenso viaje por tierras andaluzas. Salimos de Bilbao el 17 de marzo con un día precioso y llegamos a Málaga cuando llovía con ganas. Cuando volvimos sucedió al revés, pues fue Loiu quien nos recibió con un buen chubasco.