Viaje por Camboya (1): De Phnom Penh a Ratanakiri

Para mucha gente Camboya se limita a esa joya de la arquitectura khmer que son los templos de Angkor. Sin embargo este país asiático es mucho más, destacando las etnias de montaña y paisajes de Ratanakiri, los monasterios budistas, los coloristas mercados y la vida en torno al Mekong y el Tonlé Sap, los dos principales ríos. Por ello he querido rememorar este viaje realizado en octubre de 2007. Phnom Penh es la capital de Camboya y, para nosotros, la puerta de entrada en el país, una entrada que resultó apoteósica, pues nada más comer nos dirigimos al mercado central, comenzando a llover nada más traspasar su puerta. Dos horas más tarde seguía lloviendo con fuerza y el agua inundaba las calles que lo rodean, así que tuvimos que comprar unas chancletas, guardar nuestro calzado en la mochila, arremangarnos el pantalón hasta la rodilla y parar a un tuc-tuc, taxi popular en forma de moto con remolque, que nos llevara hasta el hotel. He padecido el monzón en otras ocasiones pero nunca con tanta fuerza, mientras los habitantes de la capital ni se inmutaban, pese a inundarse los bajos de casas y comercios. Volando de Singapur a Phnom Penh me di cuenta de lo que nos esperaba, pues el sur de Vietnam estaba completamente inundado. Al día siguiente se recuperó la normalidad, como sin nada hubiera sucedido.

Al día siguiente, bajo un sol de justicia y una humedad terrible, recorrimos los lugares de interés de esta ciudad, comenzando por el Museo Nacional de Camboya. En su interior alberga la mayor colección del mundo del arte Khmer de los siglos IV a XIII, principalmente esculturas, entre las que destaca la imagen de Vishnú con 8 brazos (siglo VI o VII). También visitamos el complejo de edificios del Palacio Real, construido en 1866 por el rey Norodom. Si no hay ninguna actividad oficial se puede visitar el edificio más interesante, la Sala del Trono, inaugurada en 1919, sobre la que se alza una torre de 59 metros de altura. Completan el conjunto los edificios de las oficinas reales, la sala de banquetes, el Tesoro Real y la Casa de Hierro o Pabellón de Napoleón III, pues fue un regalo del gobernante francés al rey Norodom.

La siguiente cita fue en la Pagoda de Plata, que recibe este nombre por las 5.329 losetas de plata que cubren el suelo. Sin embargo, su nombre original es Wat Preah Keo o Pagoda del Buda Esmeralda, pues fue construida en 1892 para albergar la pequeña pero valiosa estatua del Buda Esmeralda, del siglo XVII. Guarda también un Buda de tamaño real, de 90 kg de oro macizo, que tiene incrustados 9.584 diamantes. Los Budas son una de las pocas cosas que respetaron los Jemeres Rojos. En el exterior del templo, hay varias estupas. También contemplamos el gran mural de la Coronación.

Una visita obligada, pero que no resulta agradable, es el Museo Tuol Sleng o del Genocidio de los Jemeres Rojos, que en tres años, en la década de los setenta, asesinaron a casi 3 de los 7 millones de habitantes con que contaba el país. Hasta 1975 era un prestigioso instituto, pero los Jemeres Rojos lo convirtieron en la Prisión de Seguridad 21, a la que eran conducidas de forma indiscriminada todas aquellas personas que, en opinión de los guerrilleros, eran contrarios al régimen. Entre 1975 y 1978 fueron detenidas en este lugar unas 17.000 personas que fueron brutalmente torturadas y posteriormente asesinadas. En los dos edificios con que cuenta, pudimos ver objetos de tortura y numerosas fotografías y pinturas hechas por un superviviente. Tras recorrer la zona, para enjugar las penas nos dirigimos a comer al restaurante Pacharán, que no es propiedad de un navarro sino de una multinacional inglesa, cuyo dueño es apodado Mr Pacharán. Degustamos unas ricas judías con jamón y compartimos dos minúsculos solomillos para los cuatro. Con el postre, una botella de rosado extremeño, cafés y un par de copas de patxaran, pagamos 98,50 USD nada que ver con los 12 USD que pagamos por unos ricos noodles el día anterior, sin vino ni copas, pero con cerveza. Este restaurante de cocina española es frecuentado por extranjeros y las clases acomodadas de la ciudad, por lo que los precios van en consonancia.

Dado que el restaurante se encuentra frente a la desembocadura del río Tonlé Sap en el Mekong, aprovechamos para contemplar los grandes ríos y ver la curiosidad que se produce durante el monzón, pues el Mekong baja con tanta fuerza que el agua se introduce en el cauce de su afluente, haciendo cambiar el curso del Tonlé Sap hasta las proximidades de Angkor, inundando una buena parte del país. Cerca hay un vistoso mercadillo. Antes de abandonar Phnom Penh nos acercamos hasta la pagoda más antigua y venerada de la ciudad, Wat Phnom, restaurada en numerosas ocasiones, desde que fuera construida en 1372 sobre una pequeña colina de veintiséis metros de altura, a la que se accede por una empinada escalera delimitada por unas balaustradas en forma de serpiente. En su interior existe una imagen de Buda rodeada de ofrendas, que es objeto de peregrinaciones. Por el lado opuesto hay un coqueto parque con un vistoso reloj.

La siguiente semana la pasamos en la Camboya auténtica, el hasta ahora poco conocido medio rural, que cuenta ya con una infraestructura más que decente, pues todos los hoteles en los que estuvimos disponían de aire acondicionado y restaurantes más que decentes, aunque la dieta se basa en la cocina china, a base de arroz frito con verduras o carne, noodles con el mismo acompañamiento y rollitos primavera. El viaje hacia Ratanakiri, zona fronteriza con Laos y Vietnam, fue de lo más entretenido, pudiendo contemplar los más variopintos medios de transporte que utilizan los camboyanos y cómo pescan en las zonas inundadas por el monzón.

Las tres primeras noches las pasamos en Banlung, la capital provincial de Ratanakiri, la provincia más nororiental de Camboya. Con una población de 17.000 habitantes, es más bien es un conjunto de barrios dispersos. El Hotel Chhen Lok nos resultó como una aparición, pues aunque la habitaciones son básicas, cuentan con aire acondicionado y televisión, pudiendo contemplar 70 cadenas de todo el mundo. La ciudad en sí no tiene ningún interés, así que acudimos al mercado Phsar Banlung, que siempre es un buen lugar para ver los productos tradicionales del país: carne, pescados, verduras y hortalizas. Las gentes de las minorías étnicas acuden a él a comprar y vender sus productos, así que la entrada al mercado está repleta de motocicletas aparcadas, ya que las motodop son el único medio público de transporte para la población que no dispone de vehículo propio.

El segundo día en Ratanakiri fue el más entretenido, pues por una embarrada pista nos dirigimos a Veun Sai, pueblo situado en la orilla del río Se San y muy lleno de vida, pues el embarcadero está siempre lleno de gente en espera de las barcas que les trasladen a la otra orilla del río, donde se encuentran los poblados laosiano y chino. Éste último es casi como un enclave de China en Camboya.

Después alquilamos una barca y nos dirigimos hasta la aldea de Ka Choun, en la que tomamos contacto por primera vez con un poblado de las minorías étnicas, en esta caso Tompuon, donde pasamos una agradable jornada con sus moradores, visitando sus casas y el cementerio, en el que los muertos son objeto de frecuentes ceremonias, mediante las que pretender facilitar su tránsito al mundo de los espíritus. El cementerio es por tanto un lugar de vida, pues cuentan con tumbas muy elaboradas y adornadas en sus esquinas con estatuas que representan a los padres del difunto.

En otro poblado, contemplamos las casas tradicionales Kreung, construidas con madera y bambú y elevadas del suelo mediante pilotes. Cuentan con una especie de terraza a la que se accede por una escalera de madera. Tras ella se encuentran las habitaciones privadas. A diferencia de los camboyanos que viven en las grandes planicies del país, muy conservadores en materia sexual, los miembros de la etnia de montaña Kreung cuentan con unas costumbres muy permisivas para el tránsito de la adolescencia a la edad adulta. Así, cuando una joven está en edad de tomar esposo, su padre le construye una pequeña casa frente a la vivienda familiar y, aunque sigue colaborando en las tareas diarias, tiene libertad para recibir en su casa a quien quiera por la tarde-noche. Lo mismo sucede con la población joven masculina, cuya relación prematrimonial la llevan a cabo en unas casas más altas que las de las mujeres (fotos inferiores). El viaje continúa.

BURDEOS: La ciudad del vino

Hace muchos años que no viajaba a Burdeos y tenía muchas ganas de volver, máxime desde que en el año 2007 Bordeaux fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, al ser la segunda ciudad francesa, tras París, con más monumentos catalogados. También tenía ganas de conocer La Cité du Vin, modernista edificio inaugurado en junio de 2016. Además, desde el año 2000 está hermanada con Bilbao. Pese a estar tan solo a 339 km de Leioa, nunca encontraba ocasión para realizar el viaje. Sin embargo, el pasado mes de septiembre confluyeron dos circunstancias para viajara esta atractiva ciudad, un vuelo muy barato a París y que a partir del día 15 los precios de los hoteles en la capital francesa subían de forma astronómica. Así que, cogimos el TGV y por 36 euros, en poco más de dos horas cubrimos los 587 km que separan ambas ciudades, viajando a más de 300 km/h. El regreso, en este caso al aeropuerto CDG, fue mucho más económico, 16 euros, pero el TGV era peor, realizaba cuatro paradas y tardaba hora y media más.

En Burdeos nos instalamos en un hotel Ibi, situado frente a la estación. Hay muchas formas de desplazarse por la ciudad, como el autobús turístico y una especie de isocarro, pero optamos por la más económica, el moderno tranvía, pues un billete para dos personas y una hora de duración cuesta 3 euros. Debido a un incendio que afectó a las vías, la línea C está suspendida en parte hasta noviembre, pero ha sido sustituida por un autobús, sin aire acondicionado pese a que estamos a 32 grados.

El autobús nos deja en la Explanade des Quinconces, aprovechando para acercarnos al monumento a los Girondinos, que se construyó finales del siglo XIX, con una gran columna central y dos fuentes de bronce. En lo alto de la columna hay una escultura de la libertad rompiendo las cadenas de la opresión. Como no ha pasado una hora, con el mismo billete cogemos el tranvía B hasta La Cité du Vin. Enfrente tenemos otra de las novedades de Bordeaux desde junio de 2018, que parece un OVNI. Se trata de “Le Vaisseau Spatial” (la nave espacial), polémica obra de la artista británica Suzanne Treister.

Sobre las 5 de la tarde accedemos al lugar por el que sobre todo hemos vuelto a Bordeaux, La Cité du Vin (la ciudad del vino), modernista edificio ideado por Anouk Legendre y Nicolas Desmazières, que evoca al alma del vino y cambia de color según la hora y el día, algo parecido a lo que sucede en Bilbao con el Guggenheim. Es un museo muy didáctico, de los de tocar y oler, con la proyección de varios vídeos. Cuenta con exposiciones temporales, siendo la actual sobre Argentina. Son dos amplias plantas de exposiciones, concluyendo la visita en lo alto de la torre, en la terraza del piso 8, mientras contemplas el río Garonne y el puente Jacques Chaban-Delmas, a la vez que degustas la copa de vino incluida en los 20 euros que cuesta la entrada (los parados 4 menos). Más información en www.laciteduvin.com.

Lunes, 16 de septiembre. Comenzamos la segunda jornada desplazándonos en el autobús C hasta la parada Saint-Michel, para acercarnos a la basílica del mismo nombre, construida en estilo gótico flamígero entre los siglos XIV y XVI. Este templo forma parte del Camino de Santiago, destacando en su interior un órgano del siglo XVIII. El campanario está separado de la iglesia y tiene 114 metros de altura. En la plaza situada junto al templo se celebra un animado mercadillo.

Caminamos ahora por la calle Víctor Hugo, en busca de la primera de las tres puertas que vamos a visitar a continuación. Se trata del Grosse Clocher (gran campana). Fue construida en el siglo XV como campanario del antiguo Ayuntamiento. Luce resplandeciente ya que fue restaurada hace tres años. Tenemos que volver atrás por la calle Víctor Hugo para ver la puerta más sosa de todas, la Porte de Bourgogne, que data de mediados del siglo XVIII. Dejamos atrás el puente de piedra y nos acercamos a la hermosa Porte Cailhau o Puerta del Palacio, construida a finales del siglo XV.

Caminamos ahora sucesivamente por el Quai Richelieu y el Quai de la Douala, paralelos al río Garona, junto a casas de imponentes fachadas, pero sin una sombra en la que guarecernos del sol que pega con fuerza. Tenemos 32 grados pese a estar a mediados de septiembre. Nuestro destino es la plaza más monumental de Bordeaux, la place de la Bourse, construida entre 1730 y 1755. El centro está adornado por la fuente de las Tres Gracias, que data de 1869.

Frente a la plaza y junto al punto de amarre de los cruceros se encuentra otra de las novedades para mí de esta ciudad, “le miroir d’eau” (el espejo del agua), que se ha convertido en el lugar más fotografiado de Burdeos, al reflejarse en él de forma perfecta la place de la Bourse. Construido en el año 2006, se trata del espejo de agua más grande del mundo (3.450 m²). Sobre una placa de granito existe una lámina de agua tan solo 2 cm, que cuenta con chorros de agua y efecto niebla, por lo que está muy concurrido los días de calor.

Nos acercamos ahora a la place de la Comedie, presidida por el Gran Teatro de Burdeos, considerado por muchos el más importante de toda Francia. Su construcción concluyó en 1780. Ha llegado la hora de buscar una terraza sombreada para tomar un vino en la animada rue Sainte Catherine, la más comercial de la ciudad, donde se encuentran las Galerías Lafayette y la Galerie Bordelaise.

Pasada la una de la tarde nos acercamos a la Catedral de Saint-André, pero no podemos ver su interior por estar cerrada. A un paso tenemos el enorme monumento a Jacques Chaban Delmas, el Ayuntamiento y el moderno Palacio de Justicia. Hoy comemos en una zona muy popular para los bordeleses, los Halles de Chartrand. Tranvía y autobús para regresar al hotel para recoger los equipajes, desde donde observamos que la estación de tren ha sido desalojada por la presencia de un equipaje abandonado sospechoso, así que salimos con retraso rumbo al aeropuerto Charles De Gaulle. Me ha gustado mucho Burdeos.

Viaje a Patagonia (y 2)

Estamos en el ecuador del viaje patagónico (décimo día), en El Calafate, pequeña población de unos 21.000 habitantes, bastante artificial, que cuenta con aeropuerto internacional. Su atracción es el Parque Nacional de los Glaciares, incluido por la UNESCO en el Patrimonio de la Humanidad. Aquí nos hemos quedado cortos de tiempo, pues sólo nos queda un día completo, que aprovechamos para visitar su máxima atracción, el glaciar Perito Moreno, teniendo la suerte de contar con un día radiante, algo que no debe de ser muy habitual. Lo bordeamos a pie y lo contemplamos desde un barco. Es todo un espectáculo. Al día siguiente empleamos casi 6 horas en un viaje en autobús por pistas polvorientas, para llegar a la población chilena de Puerto Natales. Pronto nos damos cuenta que en Chile todo resulta bastante más caro que en Argentina, pues en poco tiempo hemos tenido que ir tras veces al cajero a sacar dinero. El tiempo ha cambiado notablemente, pues llueve y hace frío. Es lo que tiene la primavera.

Situado a unos 150 km de la localidad chilena de Puerto Natales, el Parque Nacional de las Torres del Paine es uno de los más espectaculares y fascinantes lugares de Patagonia. Como viajábamos juntos cuatro personas, alquilamos una furgoneta con conductor para nuestro recorrido por el Parque, para así tener mayor libertad y aprovechar mejor el tiempo. Visitamos también el Monumento Natural Cueva del Milodón. Entramos en el Parque por el lago Sarmiento, para pronto ver el primer ejemplar de fauna autóctona, el ñandú. Poco después, con la primera visión de las montañas nevadas, contemplamos varios grupos de guanacos, un camélido emparentado con las llamas. La cosa va bien. El día ha despejado y, con un cielo azul intenso, tomamos el primer contacto con las Torres del Paine, en concreto con los Cuernos. Subimos caminando hasta el espectacular Salto Grande, que permite que el lago Nordenskjold desagüe en el río Pehoé.

Seguimos con suerte pues el día resulta extraordinario y sin nada de viento, quedando prendados de este hermoso lugar, de sus montañas, glaciares, icebergs, lagos y cascadas. Nos han dicho que en todo el año solo salen un par de días como el de hoy, así que lo aprovechamos a tope, descendiendo hacia el lago Pehoé, que cuenta con una carísima hostería, desde donde se tiene una espectacular vista de los Cuernos del Paine. Completamos el recorrido observando los témpanos de hielo del lago Grey, pequeños iceberg que se van desprendiendo del glaciar. La visión que tenemos con los témpanos de hielo en primer plano, el lago, el glaciar y las montañas como telón de fondo, es de las de no olvidar. Sin darnos cuenta se nos ha hecho tarde y optamos por ir a comer junto a las oficinas del Parque, unos huevos con patatas fritas que pagamos a precio de oro. Teníamos que haber llevado comida. Por delante tenemos 130 km para regresar a Puerto Natales.

Seguimos avanzando con prisa, pues la jornada siguiente resulta bastante apretada. Primero, tres horas de autobús hasta el aeropuerto de Punta Arenas, ciudad situada a orillas del estrecho de Magallanes. Luego, algo menos de dos horas de avión hasta Puerto Montt, observando desde el aire el radical cambio de paisaje, ya que al sobrevolar las islas de Chiloé todo se vuelve verde y boscoso, como también lo es el trayecto que nos separa de Puerto Varas, la “Ciudad de las Flores”, turística localidad situada a orillas del lago Llanquihue, en la que nos alojamos.

Una agencia de turismo ha creado un producto conocido como “Cruce de Lagos” que, previo pago de 295 dólares USA en la actualidad, permite enlazar Puerto Varas (Chile) con San Carlos de Bariloche (Argentina), en un viaje de unas 12 horas en las que se alternan cuatro tramos en autobús con tres en barco, navegando por los lagos Todos los Santos, Frías y Nahoel Huapi, rodeados de montañas nevadas de las que se desprenden varias cascadas. Al mediodía se para a comer en la encantadora Peulla. Lástima que este día el tiempo no acompañó, no pudiendo disfrutar de la vista de las montañas nevadas, cruzando los Andes a 976 metros de altitud. De todas formas pudimos disfrutar del paisaje cercano, como los pescadores, las cascadas o las gaviotas que se acercaban al barco en busca de comida.

Hemos regresado a Argentina. Al día siguiente, en Bariloche, nos despedimos de Patagonia. Capital de deportes de invierno, parece una población suiza con fábricas de chocolate incluidas, en la que justo disponemos de tiempo para subir en telesilla hasta el Cerro Campanario, desde donde podemos contemplar el último tramo realizado en barco el día anterior. Al mediodía tenemos que regresar a Buenos Aires, ya que han anulado el vuelo directo a Iguazú y por la capital no enlaza ninguno en el día. Cosas de Aeorolíneas Argentinas.

Pasamos 47 horas en Iguazú, donde ya habíamos estado años antes, pero al volar desde Madrid con Aerolíneas Argentinas, regalaban el vuelo de ida y vuelta. Declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, las cataratas del río Iguazú forman un semicírculo de 2.700 metros, desde el que se precipitan casi 300 cascadas que alcanzan hasta 80 metros de altura. Nos alojamos en Puerto Iguazú y siguiendo los consejos de los lugareños, por el tema de las fotos decidimos visitar primero el lado brasileño. Contratamos un taxi que nos llevó hasta la entrada al parque, donde cogimos el autobús ecológico hasta el Hotel das Cataratas, situado a 25 km de Foz do Iguaçú. Frente a él parte el Sendero de las Cataratas que, a lo largo de 1.200 metros, nos permite recorrer la margen derecha del río Iguazú, pudiendo contemplar las diferentes cascadas que se precipitan desde el lado argentino. El punto más espectacular es la pasarela que nos lleva al pie de la gran cascada de la Garganta del Diablo. Luego nos dirigimos a la parte superior del río, tan manso, que parece imposible que de repente se precipite en una gran caída de 80 metros.

Como nuestro conductor nos está esperando, tras recorrer el lado brasileño nos desplazamos hasta la entrada al parque en el lado argentino, situada a 17 km de Puerto Iguazú. Directamente nos dirigimos hasta la estación del Tren de la Selva, donde cogemos un tren ecológico que nos conduce hasta la estación de la Garganta del Diablo. Aquí nace el sendero del mismo nombre, una pasarela de 1.130 metros que atraviesa varios meandros del río y nos lleva al lugar más espectacular del parque, la Garganta del Diablo, donde se puede sentir con toda su fuerza lo que son las cataratas de Iguazú. Provistos de agua nos dirigimos luego al llamado Circuito Superior, un recorrido de algo más de un kilómetro que se acerca a 6 diferentes balcones desde los que contemplamos siete saltos y el circo que forman otros cinco. Finalmente nos dirigimos al Circuito Inferior. A los largo de unos 1.700 metros se accede a 8 miradores que nos permiten contemplar una panorámica diferente de las cascadas anteriores. Resulta fácil encontrar grupos de coatíes y algún lagarto. Tras haber estado en las cataratas del Niágara (USA-Canadá) y Victoria (Zambia-Zimbabwe), definitivamente me quedo con Iguazú. El viaje ha concluido, aunque todavía tendremos que pasar 24 horas en Buenos Aires antes de coger el vuelo de regreso a casa.

Viaje a Patagonia (1)

Octubre es un buen mes para viajar a Patagonia, así que os traigo a esta entrada mi primer viaje por Argentina y Chile, del que tengo un gran recuerdo por la espectacular naturaleza y por lo bien que comimos y bebimos. Buenos Aires fue la puerta de entrada al fascinante mundo de la Patagonia. Aunque la capital argentina no era nuestro objetivo, la estructura de vuelos de Aerolíneas Argentinas ha hecho que hayamos tenido que pernoctar en tres ocasiones en esta gran ciudad que me ha decepcionado bastante. Nos alojamos en la confluencia de las dos calles más animadas de la capital argentina, Lavalle y Florida. Además, En Lavalle 941 está uno de los mejores restaurantes bonaerenses para comer carne, La Estancia, donde me obsequié con un bife de chorizo, especie de entrecot, de medio kilo. Por supuesto, en primer lugar nos acercamos a la plaza de Mayo, para contemplar la Casa Rosada y el relevo de la guardia. Dos lugares que me parecen de visita obligada, por su originalidad, son el café Tortoni, el más antiguo de Argentina, fundado en 1858 y situado en la avenida de Mayo 825 y la librería El Ateneo, instalada en la avenida Santa Fe 1860, dentro de lo que fue el cine-teatro Grand Splendid, un hermoso edificio que data de 1919.

Seguimos recorriendo la ciudad, contemplando notables edificios como el Congreso y la Torre Monumental. La plaza General San Martín es el principal espacio verde en el barrio de Retiro. Para las compras merece la pena las Galerías Pacífico, centro comercial inaugurado en 1992, ubicado en un histórico edificio construido en el siglo XIX, en pleno centro de la ciudad. A la hora del esparcimiento un buen lugar es Puerto Madero, donde podemos ver la Fragata Presidente Sarmiento, botada en 1897.

En esta apresurada visita a Buenos Aires no podemos dejar de acercarnos a Caminito, una calle de unos cien metros de longitud. Se trata de un barrio portuario que siempre se ha diferenciado de los demás por sus casas bajas de chapa y madera, vistosamente coloreadas. Murales y esculturas decoran la calle, en la que se dan cita pintores, bailarines y cantantes de tango. Está en el barrio de la Boca, el mismo en el que se encuentra el estadio del club de fútbol Boca Juniors. A un paso existe un puente colgante, al estilo del de Portugalete. También merece la pena visitar el barrio de Recoleta, que se ha convertido en una de las zonas más lujosas de la capital, contando con un gran centro comercial y el conocido cementerio. La iglesia adosada al mismo, dedicada a Nuestra Señora del Pilar, se inauguró el 12 de octubre de 1732. También nos llamó la atención ver a paseantes de perros.

Pensábamos que estábamos en plena primavera austral, pero el bonaerense aeropuerto de Eceiza nos recibió con una temperatura de 3 grados. El viaje de verdad empezaba a dos horas de vuelo, en Trelew, donde cogimos un taxi para cubrir los 70 km que nos separaban de Puerto Madryn, nuestro campamento base para recorrer la Península Valdés, primer destino patagónico. Antes nos despojarnos de la ropa de invierno, ya que la temperatura rondó los 27 grados. Lo malo son las grandes distancias, pues al día siguiente, con el mismo conductor, tuvimos que recorrer unos 400 km, la mitad de ellos por ripio, nombre que dan a las pistas de tierra. Pronto nos damos cuenta que el paisaje patagónico es desolador, grandes planicies en las que sólo crecen matojos en los que pastan infinidad de ovejas. En Puerto Pirámides cogimos un barco desde el que observamos una enorme ballena franca a la que acompañaba su ballenato, que se pegan literalmente a nuestra embarcación, jugueteando a su alrededor y despidiéndose de nosotros con media docena de saltos. En la preciosa Caleta Valdés observamos sendas colonias de pingüinos y elefantes marinos, además de obsequiarnos con unas escandalosas raciones de cordero patagónico, de las de no olvidar. Desde luego, el mejor cordero asado del viaje.

Al día siguiente, antes de coger el vuelo a Ushuaia, nueva paliza de coche para ir hasta Punta Tombo, donde existe una colonia de pingüinos de cientos de miles de individuos. Para estas fechas ya habrán tenido las crías y se situará en torno al millón y medio de animales, algo increíble. Este simpático animal no se asusta de nuestra presencia, pues salen de las zonas acotadas y nos mordisquean los pantalones. En el puerto de Rawson comemos una “picada de mariscos” y rabas, nombre que también reciben en Argentina los calamares rebozados.

Me viene a la memoria el reciente viaje a Australia, pues en el viaje patagónico, además de los vuelos transoceánicos hemos tenido que coger 7 aviones, el siguiente Trelew-Ushuaia, de algo más de dos horas. Hemos vuelto al invierno. La llegada a Ushuaia nos resultó una preciosidad. Desde su moderno aeropuerto pudimos disfrutar de una vista excepcional, con la ciudad rodeada de montañas nevadas sobre las que se ponía el sol y por el otro lado el Canal de Beagle, con más montañas nevadas como telón de fondo, ya en tierras chilenas. En Ushuaia aprovechamos la tarde para visitar la antigua prisión de reincidentes, convertida en museo y, por la noche, nos obsequiamos por primera vez con un “tenedor libre”, en el que por un módico precio puedes comer cuanto quieras de ensaladas y de carnes (ternera, cordero, pollo, salchichas…), con la guarnición que desees y un postre.

El día siguiente amaneció completamente despejado, así que aprovechamos para desplazarnos en el carísimo Tren Austral Fueguino hasta el Parque Nacional de Tierra de Fuego, para ver cantidad de lagos y montañas nevadas. En nuestro recorrido hemos podido contemplar unas curiosas aves que siempre se desplazan en pareja y un zorro, al que casi podemos tocar con la mano, pues se acerca a los visitantes en busca de comida. El tren sigue el curso del río Pipo, cruzándolo por el puente Quemado, realizando una parada en su corto recorrido para que podamos acceder a la cascada Macarena y contemplar la reproducción de un campamento yamana, los antiguo indígenas de la zona. Nos acercamos también a las bahías Ensenada y Lapataia.

Al día siguiente todo cambió, algo bastante habitual en Ushuaia. Las montañas desaparecieron tras la niebla, la temperatura cayó en picado hasta los 2 grados y el agua y la nieve no cesaron en todo el día, pese a encontrarnos en la primavera austral. Por la tarde navegamos por el Canal Beagle, eso sí, sin tener como telón de fondo las nevadas montañas chilenas. Pese al factor climatológico, pudimos contemplar cormoranes, lobos y leones marinos. Llegamos hasta el faro del fin del mundo, objetivo de las primeras temporadas de «El conquis», de ETB.

Antes de despedirnos de Ushuaia, al día siguiente cruzamos la cordillera fueguina, para visitar el lago Escondido en medio de un paisaje invernal. Parecía Navidad, con los pinos cubiertos de la nieve caída el día anterior. Estamos en el 9º día de viaje y por la tarde tenemos un nuevo vuelo, esta vez de poco más de una hora, con destino a El Calafate. El viaje continúa.

Escapada parisina (y 2)

Os dejaba el pasado martes en el Museo del Louvre, abarrotado de gente en el momento de abandonarlo. Hemos tenido suerte de que hoy, con la huelga de transporte público, dedicáramos la mañana a visitar museos, pues el siguiente destino lo tenemos a un paso, en un lateral del Museo del Louvre, accediendo desde la misma rue de Rivoli. Se trata del Musée des Arts Décoratifs (Museo de las Artes Decorativas), costando la entrada 10 euros (https://madparis.fr). La colección permanente del museo está formada por más de 6.000 elementos decorativos de todo tipo, desde muebles, hasta vajillas, joyas, juguetes o alfombras, aunque la parte más interesante del museo son algunas salas de época, en las que se muestra cómo vivían los ciudadanos franceses desde finales de 1400 hasta principios del siglo XX. También hay mobiliario actual. Me ha parecido muy interesante y una gozada verlo sin gente, pues había muchos más empleados que visitantes. Dicen que ha sido debido a la huelga del metro.

Debido a la huelga del transporte hemos decidido pasar la tarde en la zona, así que comemos en una calle lateral la peor carne a la milanesa que recuerdo y nos dirigimos a la plaza de la Concorde, en la que destacan la Fuente de los Mares y el Obelisco de Luxor. Caminamos por el Promenade Tours-de-la-Reine, hasta un lugar que me gusta mucho, el puente de Alexandre III, desde donde se tiene una buena vista del Sena y del Gran Palacio de París. Luego nos tomamos un polvoriento café en el Jardin des Tuileries (Tullerías). Digo lo de polvoriento pues los parques y muchos paseos de París tienen el suelo de arena. Menos mal que aquí no dejan entrar patinetes, que levantan una gran polvareda.

Hoy toca caminar, así que lo hacemos por la orilla del río Sena, bajo un sol de justicia, bordeamos el Louvre y seguimos hasta el pont Neuf, por el que accedemos a la isla de la Cité. Continuamos por la orilla del Sena hasta tener al otro lado el Ayuntamiento, desde donde nos dirigimos a la Catedral de Notre-Dame, pues queríamos ver en qué situación ha quedado tras el horrible incendio. Cruzamos sucesivamente los puentes Saint-Louis y Louis Philippe, nos tomamos otro café y nos dirigimos a la estación de metro Hotel de Ville, por donde pasa la línea 1 de metro, una de las dos que funcionan. Entre pitos y flautas, el reloj me indica que hoy hemos andado 20.044 pasos (14,15 km).

Sábado 14 de septiembre. Hoy toca “exteriores”. Iniciamos una nueva jornada viajando en metro hasta la estación de Abbesses, ubicada en el corazón del barrio de Montmartre, lugar de mucho ambiente. Esta estación dispone de ascensor, cosa que no me extraña pues nos metimos entre pecho y espalda unas 250 escaleras para salir a la calle. Parece que habíamos subido a la cima de Gorbeia. Detrás de la estación se encuentra la pared de los “je t’aime” y me apetecía volver a sacarnos la foto junto al “Maite zaitut”. En mi anterior viaje, en este lugar no había nadie y esta vez estaba abarrotado de gente. Hay que tener mucho cuidado, pues mientras sacábamos una foto a una pareja de japoneses, a él le hurtaron la mochila que había dejado en un banco. Menos mal que a ella le advertimos que cogiera el bolso. Más tarde nos acercamos al resplandeciente Moulin Rouge, otro emblema parisino.

Me apetecía mucho volver al Sacré-Coeur, la basílica del Sagrado Corazón ubicada en una colina sobre Montmartre. Subimos en funicular, para el que sirve el billete del metro. Cuando sacas la foto a la iglesia, hay que tener mucho cuidado con las gitanas rumanas que se te acercan con cualquier pretensión, con objeto de hurtar a los incautos. Particularmente me gusta la place du Tertre, frecuentada por pintores que te pueden hacer un retrato en un momento.

Frente al Moulin Rouge está la estación de Blanche, donde cogimos el metro hasta la de Opéra. Nada más salir tenemos enfrente el reluciente edificio de Ópera Garnier, también conocida como Palacio Garnier u Ópera de París. Napoleón III ordenó su construcción al arquitecto Charles Garnier, quien lo diseñó en estilo imperio. Nuestro destino son las Galeries Lafayette, que reciben más de 20 millones de visitantes al año. No teníamos intención de comprar nada, pues los precios son elevados, pero merece la pena verlas por dentro y subir a la última planta, que cuenta con un excelente mirador.

Hoy no nos ha quedado más remedio que comer en un MacDonald’s, así que lo compensaremos cenando un buen solomillo de cerdo en la Brasserie Les Cascades, en Porte Dorée. Caminamos por el Boulevard Haussmann, con sus imponentes fachadas y nos acercamos a la plaza Vendôme, donde, como en Lafayette, se encuentran las tiendas más selectas de París y el Hotel Ritz. En el centro se alza la columna Vendôme, de 44 metros de altura, realizada entre los siglos XVIII y XIX y coronada por una estatua de Napoleón I vestido de general romano. Nuestro recorrido a pie concluye en la iglesia de la Madeleine, uno de los templos más curiosos de París, debido a su diseño más propio de los templos de la antigua Grecia.

En la estación de Madeleine cogemos el metro hasta la de Odéon, cerca de la cual se encuentra el teatro del mismo nombre. Nuestro destino está al lado. Se trata del Jardín de Louxembourg, que toma el nombre del palacio del mismo nombre que lo preside. Una vez en el parque nos acercamos a la monumental fuente Médicis, dedicándonos luego a pasear contemplando a los niños que juegan con pequeños veleros en el estanque, mientras otros hacen pequeños recorridos en póneys. El Jardin de Louxembourg es un lugar muy concurrido los sábados por la tarde y, como hace calor, mucha gente se relaja tumbándose en el césped o preparando la merienda.

Tenemos un largo recorrido a pie para llegar al barrio latino, deteniéndonos en primer lugar en el edificio neoclásico del Pantheón, para luego dirigirnos a la cercana iglesia de Saint-Étienne-du-Mont, que guarda la tumba con los restos de Santa Genoveva, patrona de París. Ha llegado la hora de tomar algo y atravesar el barrio latino camino del metro para regresar al Hotel. Al final, pese a haber transporte público, hemos caminado más que ayer, 20.388 pasos (14,18 km).

Resulta imposible ver París en tres o cuatro días, así que os dejo en imágenes de mi viaje anterior, algunos lugares que también me parecen interesantes. De izquierda a derecha y empezando por la fila superior: Arco del Triunfo, escultura de Miró, Arco de la Defense, Centre Georges-Pompidou y Grande Halle. En el centro: St Germain l’Auxerrois, Palacio de Soubise, Plaza de los Vosgos, Pabellón de la Reina y Forum des Halles. En la parte inferior: Ciudad de la Música, la Geode en el Parc de la Villette, Moulin Radet, ceremonia en la iglesia San Juan Evangelista y el barrio latino, un buen lugar para cenar.

Escapada parisina (1)

He estado unas cuantas veces en París, llegando a la capital francesa de diferentes formas: en coche, en tren litera y en TGV desde Hendaia y en avión desde los aeropuertos de Biarritz y Bilbao. Eso si, creo que nunca lo había hecho de forma tan económica, pues el vuelo de Vueling solo me costó 45,98 euros ida y vuelta: 8,01 la ida, -1,85 la vuelta (es correcto lo de menos) y 39,82 de tasas de aeropuerto, cuatro euros menos que el taxi para llegar de CDG al hotel en el que nos hemos alojado, el Motel One Port Dorée, un poco alejado del centro, pero muy bien comunicado por metro y tranvía. Además cuenta con una agradable terraza chillout que se asoma al bosque de Vincennes, muy relajante cuando llegas agotado de “patear” la ciudad. Está situado al lado del Palais de la Porte Dorée, que alberga el Museo Nacional de Historia de la Inmigración y el Acuario Tropical. A 5 minutos andando se encuentra el metro de Port Dorée y varios restaurantes.

París es una ciudad caótica y casi permanentemente colapsada debido al intenso tráfico que soporta (del aeropuerto CDG al hotel tardamos una hora). Por ello, la forma más cómoda y rápida para desplazarse es el metro, con el tranvía en segunda posición. El billete del transporte público en la ciudad cuesta 1,90 euros, aunque puedes comprar 10 billetes por 14,90, que valen para metro, tranvía, RER, autobús y funicular. Hemos visto lo bien que funciona Google, pues le indicas el origen y el destino y te proporciona la forma de llegar a pie, en coche, en transporte público, en taxi, en bici y en patinete. En el caso del metro, te informa de las conexiones con indicación del destino y la estación adecuada, además de la boca por la que debes salir, algo muy importante. También te notifica si vas a ir de pie o sentado. Todo muy práctico.

Si París es caótica para moverse en coche, el peatón también los tiene complicado, pues tiene que compartir la acera con todo tipo de artilugios: bicis, patinetes, motos eléctricas… que dejan abandonados en cualquier lugar tras utilizarlos. Además, no suelen respetar los carriles bici ni los semáforos. Los minusválidos lo tienen peor, porque ni el metro ni los baños de muchos bares son accesibles para ellos. En el centro de la ciudad no hay calles peatonales y algunos semáforos no funcionan, por lo que acceder al Louvre o cruzar la plaza de la Concordia supone un gran riesgo. Menos mal que ya he vivido esa emoción al cruzar la calle en ciudades como Hanoi (Vietnam) o Dacca (Bangladesh).

11 de septiembre. Tras instalarnos en el hotel cogemos el metro y nos dirigimos a la Gare de Lyon, en cuyo primer piso se encuentra un restaurante que nos recomendó una amiga. Se llama “Le train bleu”, para el que conviene tener reserva (www.le-train-bleu.com/fr). Es un lugar cargado de historia, al estilo de los salones de los palacios. Eso si, no es nada barato. Nosotros optamos por el menú de 65 euros más bebida, que se pone en unos 90, pidiendo paté y foie gras de pato, de primero y bacalao al vapor, de segundo, que me encantó. De postre, una tabla con seis clases de quesos. Realmente el sitio merece la pena, sobre todo por el decorado. Como se hizo un poco tarde, para regresar al hotel optamos por el taxi (10 €), pues la parada se encuentra en la puerta de la estación.

12 de septiembre. Las veces que he estado en París dejamos los museos para cuando hiciera mal tiempo, pero como siempre hizo muy bueno, no conocía casi ninguno. Es por ello que en esta escapada seleccionamos cuatro, siendo el primero el Atelier des Lumières, que además era el principal objetivo de este viaje. Se encuentra en una antigua fábrica de fundición y propone monumentales exposiciones digitales. Con 140 videoproyectores, este equipamiento multimedia único en su estilo ocupa 3.300 m² de superficie, del suelo hasta el techo, de hasta 10 metros de altura. Una vez en el interior puedes estar el tiempo que quieras, deleitándote con las tres proyecciones consecutivas, destacando “Van Gogh, la noche estrellada” y “Japón soñado, imágenes del mundo flotante”. Disfrutamos con este espectáculo tan original. El precio de la entrada es de 14,50 €, uno menos los mayores de 65 años. Abre de 10 a 18 h y la estación de metro más cercana es Rue Saint-Maur. Más información en www.atelier-lumieres.com.

Para no perder tiempo, comimos un bocadillo en la zona y de nuevo al metro, hasta la estación de Alma-Marceau. Decidimos acercarnos a orillas del Sena, pero antes nos detuvimos atraídos por el brillo de la Flamme de la Liberté (la Llama de la Libertad). Entonces descubrimos que estábamos sobre el túnel de Alma, en el que perdió la vida Diana de Gales. Son muchas las personas que se acercan a este lugar para dejar flores en homenaje a la princesa. Dos días después pasaríamos frente al Hotel Ritz, donde comenzó su mortal viaje.

Mi mujer tenía muchas ganas de visitar el Museo de la Moda, que dirige la bilbaína Miren Arzalluz, pero el Palais Galliera, en el que está ubicado, está cerrado por restauración. Por este motivo optamos por el Musée Yves Saint Laurent (https://museeyslparis.com). El Museo Yves Saint Laurent de París expone el trabajo del modisto en el sitio histórico de su antigua casa de moda, a través de un itinerario retrospectivo y exposiciones temáticas temporales. La entrada cuesta 10 €. Tengo que reconocer que no soy mucho de museos y menos de moda, pero éste me ha gustado.

Dado que estamos cerca, para concluir la jornada caminamos por la orilla del Sena desde el puente de Alma hasta la Tour Eiffel, visita que no puede faltar en un viaje a París. La torre está ahora completamente blindada y el jardín situado frente a ella cerrado al público para que se recupere la hierba, algo que no me extrañó dado la cantidad de gente que tiene que soportar, como puede percibir en el Champ de Mars, situado más adelante, por el que caminamos hasta el “Muro para la paz”. Enfrente tenemos la place Joffre, con la monumental Escuela Militar. Subir a lo alto de la torre en ascensor (276 m) cuesta 25,50 € (www.toureiffel.paris/es).

Viernes, 13 de septiembre. Al llegar al metro vemos que está cerrado. No sabíamos que había huelga general de transporte contra Macron. Solo funcionan un tercio de los autobuses y tranvías y las líneas 1 y 14 de metro, que son automáticas y no llevan conductor. Dice la prensa que es la más dura de la historia. Las calles están llenas de bicicletas y patinetes. Menos mal que una buena samaritana parisina nos acompaña a la línea 3a del tranvía que enlaza con la línea 1 de metro, que nos lleva hasta la estación Palais Ryal-Musée du Louvre. La entrada al Museo del Louvre cuesta 17 euros (www.louvre.fr), accediendo a su interior por la Pirámide. Damos un rápido repaso a las antigüedades egipcias, romanas y griegas, la pintura italiana y francesa y contemplamos algunas famosas esculturas como la Venus de Milo o la Victoria alada de Samotracia. Aquí se podrían pasar días, pero ya he comentado que no soy mucho de museos.

Hemos cometido el error de ir siguiendo a la gente cuando entraba en el Museo del Louvre, sin saber que hay dos accesos y que conviene ir primero a la entrada Richelieu, que es donde se encuentra la Gioconda, pues hemos tenido que soportar una larga cola para verla un momento, eso si, está bien gestionado pues en unos 15 minutos hemos pasado los diferentes laberintos, rodeados de obras de arte, para plantarnos durante unos segundos ante el pequeño y blindado “Retrato de Lisa Gherardini”, más conocido como “La Gioconda” o “La Mona Lisa”, de Leonardo Da Vinci. Es un óleo sobre tabla de álamo de 77×53 cm, pintado entre 1503 y 1519 y retocado varias veces por el autor. En la imagen se puede comprobar su tamaño real, comparado con otras obras ubicadas tras ella. Se puede fotografiar sin flash. La escapada parisina continúa.

Escapada africana (y 2): Zambia, Botswana y Zimbabwe

Poco más de hora y media de vuelo, operado por South African Airlink, separa Nelspruit de Livingstone, capital de la provincia del Sur de Zambia y de la antigua Rodesia del Norte. Con más de 100.000 habitantes, la ciudad tiene poco interés, así que tan solo damos un paseo por su calle principal, tomamos algo, echamos un vistazo a los puestos de artesanía y observamos a las vendedoras de fruta. También vemos por primera vez una escultura dedicada al explorador escocés, David Livingstone. En esta ciudad pasaremos tres noches en un sencillo alojamiento de tres estrellas, el Green Tree Lodge. Nada tiene que ver con el lujoso hotel de Sudáfrica, pero las gestiones que le encomendamos por correo electrónico para lo que pensamos hacer en los tres días de estancia, resultaron perfectas y muy baratas.

Hemos llegado al hotel sobre las 14 h y prácticamente solo tenemos tiempo para instalarnos en la habitación y comer algo, pues en menos de dos horas pasan a recogernos para acercarnos al Mosi-oa-Tunya National Park, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. El objetivo consiste en navegar durante unas dos horas y media por el río Zambezi, a bordo del Cruise Makumbi, por lo que hemos pagado 55 euros. Incluye barra libre de bebidas, aperitivos y una cena barbacoa. Desde el barco contemplamos varios grupos de aves y tenemos muy cerca un grupo de hipopótamos, pero lo mejor fue contemplar una espectacular puesta de sol típicamente africana.

Para no variar, de nuevo toca madrugón. Hoy tenemos viaje hasta el Chobe National Park. Menos mal que aquí amanece muy pronto, aunque tenemos que despertarnos de noche, para coger la furgoneta que nos trasladará hasta el río Zambezi (unos 70 km), en el punto en el que confluyen cuatro países: Zambia, Zimbabwe, Botswana y Namibia. En un barco-taxi cruzamos el río, pasando de Zambia a Botswana, donde están construyendo un puente. Cerca de Kasane, en la misma frontera, cogemos un vehículo todo terreno con el que recorreremos el parque, De camino, vemos baobabs y monos.

Con una superficie de 10.698 kilómetros cuadrados y situado en el desierto de Kalahari, Chobe es la tercera reserva más grande de Botswana. Pronto vemos como entre los buitres y los marabúes dan cuenta de los restos de un búfalo. También observamos enormes hipopótamos relajándose en el río Cuando, que parecen grandes rocas. Hay manadas de impalas y otras clases de antílopes, gigantescos cocodrilos, monos y tántalos africanos.

Continuamos el safari por Chobe National Park observando desde muy cerca las enormes manadas de elefantes, algunas con sus crías, que tanto abundan en este parque. También hay jirafas, búfalos, facóqueros, antílopes sable y bandadas de gallinas de Guinea.

Tras comer en un lodge situado a orillas del río Cuando, embarcamos para realizar la segunda parte del safari navegando por el citado río, a caballo entre Botswana y Namibia. Ahora toca el turno a las enormes manadas de búfalos que acuden al río a beber, pudiendo ver también varias clases de aves, lagartos, elefantes y diferentes especies de antílopes.

Navegando por el río Cuando, desde el barco continuamos viendo hipopótamos, dentro y fuera del agua, elefantes, cocodrilos, manadas de impalas, varias clases de aves y, lo que más nos ha gustado, la gracia con la que beben agua las jirafas, abriendo las patas delanteras. Qué pena no haber planificado un día más en Chobe, porque este parque nacional nos ha encantado. Pese a no ver rinocerontes, leones, leopardos ni cebras, hemos observado gran cantidad y variedad de fauna. Ahora nos toca viaje nocturno hasta Livingstone, en Zambia, nuestro campamento base para esta segunda parte del viaje.

El viaje está tocando a su fin. Hemos dejado para el final las Cataratas Victoria (Victoria Falls), nombre que les dio el explorador escocés David Livingstone en homenaje a la reina Victoria, aunque localmente son conocidas como Mosi-oa-Tunya, nombre que recibe el parque nacional en el que se asientan, que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Las cataratas tienen una anchura aproximada de 1.700 metros y 108 de altura. Hoy no hemos madrugado, pues hemos contratado un taxi para todo el día. Primero nos dirigimos a la parte situada en Zambia, donde las cataratas no tienen mucha agua ya que la primavera austral (estamos en septiembre) ha sido muy seca. Al otro lado del puente está Zimbabwe.

El taxi nos deja en la frontera de salida de Zambia, así que bajo un sol de justicia cruzamos caminando el puente sobre el río Zambezi, frontera entre Zambia y Zimbabwe. 30 USD de visado y otros tantos de entrada, es lo que cuesta el magnífico espectáculo de ver las Cataratas Victoria (Victoria Falls) desde el lado de Zimbabwe. Nada tiene que ver con las imágenes anteriores, pues aquí se percibe mucho más el rugir del agua al desplomarse. Ha merecido realmente la pena el esfuerzo y el precio. Hay dos cosas en común con el lado de Zambia, las esculturas de Livingstone y los monos. Mañana iniciamos un largo viaje de más de 24 horas para regresar a casa: Livingstone- Johannesburg-Frankfurt-Bilbao. Ha resultado un viaje intenso y fantástico, de los de no olvidar.

Escapada africana (1): Sudáfrica

Llevaba tiempo queriendo volver a África, continente que he visitado unas cuantas veces pero la última hace ya mucho tiempo. Como los precios suelen ser bastantes caros, preparé una escapada a medida que no realiza ninguna agencia, consistente en visitar parques nacionales de Sudáfrica, Zambia, Botswana y Zimbabwe en tan solo 10 días. Los servicios de tierra los contratamos a través de los dos hoteles en los que nos alojamos y los vuelos internacionales, a través de la web de Lufthansa, la opción más económica, realizando la ida siguiendo la ruta Bilbao-Frankfurt-Johannesburg y para el regreso igual, pero añadiendo al billete el vuelo Livingstone-Johannesburg realizado con South African Airways. A través de la web de esta compañía contratamos los vuelos Nelspruit Kruger Mpumalanga y el carísimo Nelspruit-Livingstone, que solo operaba dos veces por semana, por lo que acomodamos el programa a él, pues nos evitaba tener que volver a pasar por Johannesburg. Dicho esto, un 6 de septiembre estábamos de nuevo en África dispuestos a realizar un intenso viaje pues, descontados los vuelos, solo disponíamos de 6 días par todo lo que queríamos visitar.

Tras pasar 13 horas en tres diferentes aviones y otras tantas en dos aeropuertos, por fin llegamos a la ciudad de Nelspruit, sede de algunos partidos de mundial de fútbol de Sudáfrica y para nosotros puerta de entrada de esta escapada africana. Los hoteles decentes en el parque de Krugger tienen precios desorbitados, así que optamos por pasar las cuatro próximas noches en esta ciudad, en el Francolín Lodge, un cinco estrellas lleno de encanto, buen precios y unos servicios excelentes. Además cuenta con el restaurante Orange, el mejor de la ciudad según dicen, en el que resulta muy difícil conseguir una mesa si no estás alojado en el hotel. La carne y el vino son excelentes. Fue un gran acierto escoger este hotel, pues además nos gestionaron de maravilla los encargos que les hicimos para los días siguientes.

El primer día completo en Sudáfrica decidimos tomarlo con calma, pues hemos estado casi dos días de viaje, pero nos proponen salir a las 7 de la mañana. Pedimos una hora más de tregua y a las 8 salimos los cuatro en una furgoneta con una conductora. La primera parada es en las Lisbon Falls, un salto de agua de 94 metros de altura, el más alto de la región de Mpumalanga. De allí nos dirigimos a las Berlin Falls, una cascada de 80 metros de altura, donde el río Sabine se desploma sobre una pila circular flanqueada por acantilados de color rojo. Dos hermosos lugares para comenzar esta escapada.

Continuamos la ruta hasta el encantador Blyde River Canyon. Lástima que el día está algo brumosos pues la vista resulta extraordinaria desde el mirador Three Ronavels View Site. A nuestros pies tenemos el embalse Blydepoort. En la zona hay varios puestos de venta de artesanía. Bien entrada la tarde, la conductora nos sorprende con que tenemos la comida incluida en la localidad de Graskop. Consiste en unos riquísimos crepes, con vino a discreción. No ha estado nada mal la primera jornada africana.

Las dos próximas jornadas nos toca madrugar mucho, sobre las 4 de la mañana. Ducha, un café, recoger el pic-nic de desayuno que nos han preparado en el hotel y en marcha. Es lo que tiene el dormir a una hora de la entrada al Kruger National Park, donde hay que estar antes de las 6 de la mañana, hora en la que abren las puertas, para poder ver más animales. La mejor hora coincide con el amanecer. Enseguida vemos rinocerontes, elefantes, jirafas, impalas, un grupo de hienas al borde de la pista, cebras…

Tras desayunar el pic-nic, continuamos recorriendo este inmenso parque de unos 300 kilómetros de largo y 65 de ancho, con una extensión de casi 20.000 kilómetros cuadrados (9 veces la provincia de Bizkaia). Ahora vemos leones, aunque un poco lejos, varias clases de ciervos, facóqueros, búfalos y monos. No contábamos con que en la zona del parque que visitamos hay un excelente restaurante, así que una pausa para la comida y a disfrutar.

Para el mediodía ya habíamos visto cuatro de los Big Five, los cinco grandes (elefantes, rinocerontes, búfalo, león y leopardo), pero nos faltaba este último, así que dedicamos la tarde y la mañana siguiente a buscar algún leopardo, cuestión en la que se empeñó el conductor del todo terreno en el que viajábamos los cuatro. Vimos un venado que acababa de cazar, huellas recientes y avisos por radio de otros conductores de que había alguno cerca, pero nada. Eso si, seguimos viendo elefantes, jirafas cebras e impalas. Por la noche coincidimos con una pareja de madrileños en viaje de novios que se habían acercado a nuestro hotel para conseguir a la desesperada una reserva en el restaurante, pues lo habían intentado los días anteriores por teléfono. Nuevamente les dieron calabazas. Como ellos habían estado en las carísimas reservas privadas donde resulta mucho más fácil ver animales de cerca, les propusimos un trato: nos pasáis fotos del león, rinoceronte con cría y leopardos y a cambio os conseguimos una mesa para cenar. Trato hecho. Es la ventaja que tiene la relación con “la tripulación” del hotel al alojarnos cuatro noches.

El segundo día en Kruger repetimos madrugón, pero el interés ha decaído al continuar sin poder localizar ningún leopardo, así que nos conformamos con volver a ver elefantes, impalas, cebras, monos y varias clases de aves. El viaje continúa. Mañana tenemos que coger un nuevo avión y cambiar de país. Zambia nos espera.

Ruta por el románico del Norte de Palencia

Hace un tiempo dieron en televisión un programa de Jesús Calleja, en el que realizaban una ruta en bicicleta recorriendo diferentes iglesias de la montaña palentina. Guardé la referencia para realizarlo en coche y aproveché la escapada a Aguilar de Campoo para asistir a “Las Edades del Hombre” a fin de realizar la ruta que, por cierto, tuve que modificar, pues en la original recorrían varias pistas. Como los hoteles en Aguilar estaban completos, nos alojamos en La Posada del Santuario (www.laposadadelsantuario.com), sencillo pero acogedor alojamiento de 4 habitaciones situado junto al Santuario de Ntra Sra del Carmen, lugar de peregrinación ubicado en medio de la nada, en la pedanía de Santa María de Nava, perteneciente al municipio de Barruelo de Santillán, del que dista 4,5 km. Por este lugar pasa la “Senda del escultor Ursi”, jalonada de pequeñas esculturas. El viaje desde Leioa (190 km) se realiza en menos de dos horas, pues hasta pasar Reinosa se va todo el tiempo por autovía (A8 y A67).

Dedicamos la tarde del segundo día y la mañana del día de vuelta a recorrer las iglesias, siendo la primera la de Santa Juliana, construcción fundamentalmente gótica que data del siglo XIII, aunque la portada se renovó en el XV. Se encuentra en Corvio, barrio perteneciente al municipio de Aguilar de Campoo.

Sin salir del municipio de Aguilar de Campoo, la siguiente parada la efectuamos en Matalbaniega, para visitar la iglesia de San Martín Obispo, que data de finales del siglo XII y que en la cornisa cuenta con más de setenta piezas de animales, músicos, figuras eróticas y vegetación. Está situada en el alto de un cerro, desde el que se domina la población.

La siguiente cita la tenemos también en el municipio de Aguilar de Campoo y más en concreto en Villaviega de Aguilar, donde se encuentra una iglesia rural característica del románico palentino, San Juan Bautista, construida entre los siglos XII y XIII. Destaca en ella la decoración externa del ábside. Pudimos acceder a su interior, como en otras varias, siendo guiados generalmente por mujeres de avanzada edad.

Concluimos la jornada en Cillamayor, barrio perteneciente al municipio de Barruelo de Santillán, donde contemplamos el exterior de la iglesia de Santa María la Real, templo románico de finales del siglo XII, en el que destacan los canecillos del ábside. De aquí regresamos a la Posada del Santuario, desde donde contemplamos un cielo muy estrellado.

Iniciamos una nueva jornada sin salir del municipio de Barruelo de Santillán, pues antes de regresar a casa iniciamos la segunda parte de la ruta de las iglesias del norte de Palencia, comenzando en la aldea de Villanueva de la Torre, donde nos tuvimos que conformar con ver el exterior de la iglesia de Santa Marina, que data de finales del siglo XII. El ábside ha sido restaurado recientemente y cuenta con dos columnas adosadas, que están rematadas por capiteles esculpidos de tipo vegetal. Destacan también los los canecillos en los que se apoya el tejado, esculpidos con motivos geométricos y figuras humanas.

Para la siguiente cita cambiamos de municipio, desplazándonos al cercano Salinas de Pisuerga, para contemplar la iglesia de San Pelayo que, aunque no es románica sino gótica, merece estar en nuestro recorrido, pues fue construida en piedra de sillería durante el siglo XVI. Recorriendo el pueblo descubrimos dos curiosas esculturas, A Perejetes y El lector, de Nicolás Díez.

Hacemos ahora una incursión al municipio de Cervera de Pisuerga, para visitar en Barcenilla de Pisuerga la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, que se realizó en tres fases completamente diferentes, comenzando en la época románica, posteriormente en el siglo XVI, concluyéndose la última reforma en el siglo XIX.

Regresamos al municipio de Aguilar de Campoo, del que ya no saldremos hasta concluir la ruta. En Barrio de Santa María tenemos dos iglesias para visitar, estando la primera en su pequeño núcleo urbano. Se trata de Nuestra Señora de la Asunción que, aunque en su mayor parte data del siglo XVI, conserva el primitivo ábside románico con canecillos. En su interior podemos contemplar varios retablos y pinturas.

Dominando desde lo alto de un cerro la aldea de Barrio de Santa María, tenemos uno de los templos que más me han gustado de la ruta, la ermita de Santa Eulalia (siglos XII-XIII), que constituye uno de los ejemplos más puros y mejor conservados del románico norte. En el exterior destaca la escultura con representaciones de Adán y Eva en el Paraíso, junto con animales fantásticos. El interior conserva interesantes pinturas murales de comienzos del siglo XIV.

Concluimos nuestro recorrido en otra de las joyas de la ruta, la iglesia de Santa Cecilia, edificada sobre un risco en las afueras de la aldea de Vallespinoso de Aguilar. Construida en el siglo XII, es una de las edificaciones del arte románico más características de la región, por lo que fue declarada Monumento Histórico Artístico en 1951, además de ser uno de los emblemas publicitarios del románico palentino. Los capiteles del pórtico están profusamente tallados, contando también con excelentes canecillos.

AGUILAR DE CAMPOO (Palencia)

He estado en unas cuantas ocasiones en Aguilar de Campoo y sus alrededores, generalmente en escapadas de fin de semana, la última a finales del pasado mes de agosto. Sin embargo, las fotos que ilustran este reportaje corresponden al año pasado, cuando se adornó de forma especial para acoger la exposición “Las Edades del Hombre”. Se encuentra a 194 km de Leioa y el viaje resulta muy cómodo, pues todo él se realiza por las autovías A8 y A67. Conocida como la capital de las galletas y con una población que no llega a los 7.000 habitantes, Aguilar de Campoo es una agradable localidad de la montaña palentina, bañada por el río Pisuerga, que cuenta con un rico patrimonio arquitectónico, por lo que en 1966 fue declarada Conjunto Histórico-Artístico. El centro urbano se articula en torno a su vistosa Plaza Mayor, con sus casas con originales miradores y amplios soportales. A ella se asoman el Palacio de los Manrique y la Casa de los VII Linajes.

Lo primero que divisamos al llegar a Aguilar de Campoo es el castillo, construido entre los siglos XI y XII sobre un castro celtibérico, en lo alto de un cerro rocoso que se eleva unos 80 metros sobre la población. Del castillo partía la muralla del siglo XII, de la que se conservan seis de las siete puertas de acceso con las que contaba. La calle Matías Barrio y Mier, que conduce a la Puerta de Reinosa, cuenta con varias casas blasonadas. Pudimos contemplar varias esculturas en la calle, llamándonos especialmente la atención la que lleve por título “Repiqueteo”, de Gustavo del Valle.

Situada en la Plaza Mayor, la Colegiata de San Miguel ha sido reconstruida y ampliada en varias ocasiones, motivo por el que conserva la puerta románica de cuando se reedificó en el siglo XI, mientras que el resto del templo es gótico del siglo XV y la torre herreriana. En su interior podemos contemplar los mausoleos de los Marqueses de Aguilar, el sepulcro del Arcipreste de Soto y un notable retablo de estilo burgalés. El año pasado todo estaba enmascarado para recibir la exposición “Las Edades del Hombre”. Frente al portal de entrada se ubicó la escultura “Ceiba”, de Rafael Consuegra.

A los pies del castillo se encuentra la iglesia románica de Santa Cecilia, construcción del siglo XII que cuenta con una hermosa torre y alberga en su interior valiosos capiteles esculpidos, estando considerado uno de ellos, la Degollación de los Inocentes, como uno de los más bellos del románico español. Esta iglesia fue también escenario de Las Edades del Hombre, que llevó por título “Mons Dei”. Frente al templo se ubicaron varias esculturas, como “Caminante nº 1”, de Elena Laveron.

Situado en las afueras de Aguilar, saliendo hacia el embalse, el Monasterio de Santa María la Real es el edificio más representativo de la localidad. Construido entre los siglos XII y XIII, cuenta con un magnífico claustro cisterciense. Destaca también la iglesia, sede del Museo del Románico, y la sala capitular, perteneciente al románico de transición. El Monasterio acoge en la actualidad varios centros educativos.

Villaescusa de las Torres es una pedanía del municipio palentino de Pomar de Valdivia, distando tan solo 6 km de Aguilar de Campoo. Se encuentra a orillas del río Pisuerga y de la línea férrea Santander-Palencia. Desde este pequeño pueblo se tiene una magnífica vista de nuestro siguiente destino, el espacio natural de Las Tuerces.

Tenemos que dejar el coche en el pequeño aparcamiento situado a orillas del río Pisuerga, antes de acceder a Villaescusa de las Torres. Luego hay que atravesar todo el pueblo, pasando junto a la iglesia, para acceder al sendero que nos conduce al espacio natural de las Tuerces, un peculiar enclave paisajístico formado por la erosión de origen kárstico en las rocas calizas, que recuerda un poco a la Ciudad Encantada de Cuenca. En tan solo 45 minutos de marcha desde donde hemos dejado el coche, nos situamos en la gran planicie superior, tras haber disfrutado en la fuerte subida de las hermosas formas rocosas. Eso si, si el suelo está mojado, es mejor dejar esta ruta para otro día, ya que la piedra está muy desgastada y resulta fácil resbalar.

Algunas de las veces en las que nos desplazamos por esta zona, nos hemos alojado en la casa familiar de una de mis cuñadas, ubicada a 17 km de Aguilar en la pedanía de Respenda de Aguilar, perteneciente al al ayuntamiento de Pomar de Valdivia. En esta aldea solo están empadronadas tres personas y eso que una pareja lo ha hecho no hace mucho. Cuenta Respenda con un templo románico fechado en el siglo XIII, la iglesia de San Juan Bautista y un Casino, nombre que dan al txoko en el que se reúnen principalmente los veraneantes. Respenda es un buen lugar para contemplar las nieblas matutinas en el fondo del valle y dar agradables paseos entre campos de girasol hacia los molinos o a la cascada de Villaescobedo, pertenecientes al vecino pueblo ubicado ya en tierras burgalesas.