Haciendo memoria, recuerdo un viaje realizado durante la primera quincena de julio de 2007, en el que recorrimos buena parte de Alemania en tren, con Interrail, visitando sus principales ciudades y pueblos monumentales. Fueron 36 horas de viaje en todo tipo de trenes, llegando incluso a superar los 300 km/h. Las estaciones alemanas son magníficas, pues parecen centros comerciales con abundante hostelería. Además de contar con conexiones de tren constantes a numerosos lugares, se han convertido en el punto de salida de la principal arteria comercial de cada ciudad. Las 15 noches nos alojamos en hoteles Ibis, cerca de cada estación o incluso dentro de ella. Como tantas cosas habrán cambiado en el país, en este relato me centraré en contar lo que más nos gustó de cada lugar que visitamos. Trato con ello de daros ideas para realizar un viaje similar.
El 30 de junio llegamos a Stuttgart, la capital del Estado de Baden-Würtemberg. La temperatura era de 36 grados, la misma que hizo el 15 de julio cuando tomamos el vuelo de Lufthansa de regreso a Bilbao. Esto nada tuvo que ver con lo que sucedió el resto de días, en los que llovió a diario e incluso hubo jornadas en las que no se superaron los 16 grados. De hecho, en trenes, restaurantes y en las terrazas de Berlín, encendieron la calefacción. 27 minutos en tren separan el aeropuerto del centro de Stuttgart así que, una vez instalados en el hotel y como los días son largos, aprovechamos para dar una vuelta por la industrial ciudad alemana, una encantadora población en la que sus principales atractivos se concentran en dos plazas, la inmensa Schlossplatz a la que se asoma el barroco Palacio Nuevo y la coqueta Schillerplatz, rodeada por el Palacio Viejo y la Colegiata.
Stuttgart es una ciudad muy relacionada con la industria automovilística, pudiendo en sus alrededores visitar el Museo de Mercedes-Benz y el de la firma Porsche. Nosotros optamos por el primero de ellos, pues resultaba más fácil de llegar en autobús. Resultó ser una maravilla que merece la pena conocer y eso que lo tuvimos que ver deprisa, pues a mediodía salíamos para nuestro siguiente destino, Augsburgo.
Aunque nuestro destino era Augsburgo, decidimos bajar del tren a mitad de camino, en la ciudad de Ulm, a la que también volvimos otro día. Dejamos el equipaje en la consigna de la estación y directamente nos dirigimos a su principal monumento, la Catedral, edificio de arquitectura gótica que presume de tener la torre de iglesia más alta del mundo (161,53 m). También nos gustaron las casas tradicionales que se asoman al canal, el reloj astronómico del Ayuntamiento, la torre medieval y las fuentes, coronadas con curiosas esculturas, como las dedicadas a San Cristóbal y San Jorge.
Por fin, el intenso segundo día de viaje concluyó en Augsburgo (Augsburg), ciudad en la que pasamos cinco noches, usando el Ibis Hotel Augsburg Hauptbahnhof como campamento base para recorrer Baviera. El hotel está muy cerca de la estación y a un paso descubrimos un restaurante italiano, para las cenas, en el que nos sentimos casi como en casa. Augsburgo no es de las ciudades más interesantes que hemos visitado, así que me quedo con la calle Maximilianstrasse, en la que se encuentran la fuente de Hércules y la iglesia de San Ulrich y Afra. También nos gustó el Ayuntamiento, construido por Elias Holl entre 1615 y 1620 y considerado como el más importante edificio renacentista situado al norte de los Alpes. Junto a él se encuentra la Torre Perlach, desde la que se tiene una excepcional vista del casco antiguo. Sin embargo lo que más llamó nuestra atención fueron las Casas de Fugger, mandadas construir entre 1512 y 1515 por Jakob Fugger para los pobres de la ciudad.
Pensábamos alquilar un coche para desplazarnos hasta el castillo de Neuschwanstein, pero resultó fácil hacerlo en tren, pues desde Augsburgo a Füssen hay trenes cada hora que tardan 1 h 52 min. De la misma estación sale un autobús que enlaza con el tren y te lleva a las taquillas del castillo. Mandado construir por Luis II de Baviera en 1866 en estilo neoclásico, el castillo de Neuschwanstein se ha convertido en uno de los emblemas de Baviera. Es toda una fantasía de torres y muros, en perfecta armonía con las montañas y lagos de su entorno. Su interior no merece realmente la pena, pero resulta obligado ir caminando hasta Marlenbrücke, el puente que salva los 90 metros de profundidad de la garganta de Pöllat, desde el que se tiene la magnífica vista del castillo. Como solo hay unos 4 km hasta la estación, descendimos caminando y así contemplamos otro castillo en lo alto de una colina.
Al día siguiente fuimos a Rothenburg ob der Tauber, en el norte de Baviera, empleando 2 h 22 min. Es una pequeña población que, debido a su aspecto medieval, se ha convertido en una atracción turística de fama mundial. Presidida por el edificio del Ayuntamiento, la plaza del Mercado (Marktplatz) constituye el centro neurálgico de esta ciudad que se alza sobre el río Tauber y conserva intactas sus murallas de los siglos XIII-XIV, incluidas las torres defensivas, siete puertas y el impresionante baluarte Spitaltor. Presume de ser el pueblo más bonito del país, cosa que no me extraña, pues a nosotros es el que más nos ha gustado.
Por la tarde, como solo estábamos a una hora de tren, decidimos desplazarnos hasta Wurzburg, población situada todavía más al norte de Baviera, a orillas del río Main. Cuenta con un importante monumento declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, la Residencia (Würzburger Residenz), construida entre 1720 y 1744 y considerada la principal obra barroca del sur de Alemania. Para tener una hermosa vista del casco antiguo, merece la pena cruzar el río por el Puente Viejo (Alte Mainbrücke), construido entre 1473 y 1543 y adornado con estatuas en 1730. También contemplamos la Catedral de San Filian, la Marienkapelle y el castillo de Marienburg, situado en un alto. Lo malo es que todavía teníamos por delante regresar a Augsburg, aunque lo hicimos en menos de dos horas en un tren ICE. El viaje continúa.