Se trata de un curiosísimo ritual del que ya nada sabemos. Al parecer, en la hoguera de San Juan —noche el 23 al 24 de junio— se quemaban unos trozos de madera que se habían reservado expresamente para esta función, en la noche de Navidad. Y más probablemente, se encendería con ellos.
La referencia de esta costumbre la tenemos en Laudio y la recogió Jose Miguel Barandiaran en 1935 de mano de un informante local, «D. de Isusi» . Y nosotros lo rescatamos ahora de unas notas manuscritas, sin publicar y desconocidas.
Dicen así: «Día 24 de diciembre, Nochebuena. Este día acostumbran gran cantidad de caseros hacer astillas de un palo gordo y grueso y luego meterlo al horno donde hacen los panes y, hecha esta operación, luego que está bien seco, lo guardan hasta el día de San Juan, quemándolo en la fogata del día».
Un tesoro de testimonio ya que es un modo ritual popular de enlazar los dos solsticios, el de invierno con el de verano, por medio del fuego, el símbolo del sol en la tierra, lo que realmente se celebra en estas dos fechas.
Y, mucho nos tememos —en realidad no tenemos duda alguna— , que aquellas astillas fuesen parte del tronco navideño del que ya hemos hablado en otras ocasiones, aquel que por su tamaño introducían hasta la cocina ayudados de una yunta de bueyes. Así es que, disfrutemos de todo el conjunto de tradiciones del día de hoy, porque no hay jornada más cargada de magia en todo el calendario: fresno, árboles que sanaban hernias, ritos con un sol que bailaba…
Hace unas semanas realicé un periplo de pedaleo ciclista sin prisas, con calma, para recorrer el perímetro de Álava en cuatro días, uno por cada punto cardinal. Con más intencionalidad cultural que deportiva.
En las primeras horas del primer día tuve que acometer el ascenso del puerto de Orduña llamado así por la ciudad vizcaína que se asienta en sus pies, a pesar de que la majestuosa ascensión está enclavada en Tertanga, valle de Arrastaria y municipio de Amurrio (Álava).
En sus tramos más altos, en uno de los márgenes de la carretera, se encuentra un monumento de piedra, bien visible, a modo de estela conmemorativa. Siempre con ganas de escudriñar en ella, por fin la visité gracias a la versatilidad de la bici ya que un vehículo a motor no podría detenerse ahí.
El texto inscrito en el monumento es simple y escueto: «Cayo Redón y Tapiz // † 20 agosto año 1923«.
Escudriñando un poco, sabemos gracias a su partida de defunción (Juzgado de Arrastaria, distrito de Amurrio) que falleció a las 12:00 h del mediodía en «un accidente automovilista» y que había de recibir sepultura en el cementerio de Orduña. Ya es algo.
Sabemos por otras vías que para cuando Cayo falleció a los 32 años, era un reputado profesor y arquitecto en Madrid (aunque él y sus progenitores eran naturales de Logroño), con domicilio en la lujosa calle Serrano, servicio doméstico a su cargo y un automóvil, algo para aquel entonces al alcance de pocas personas. Su obra más emblemática, por la que se le recuerda, es casa-palacio de Ricardo Augustín, construida en 1916 para unos opulentos vitorianos, con soluciones arquitectónicas que se admiran y estudian aún. Pero aquella meteórica carrera se truncó en la zona más elevada de nuestro puerto.
Una escueta reseña en el El Noticiero Bilbaíno del día siguiente al deceso, nos aporta algo más de luz para intentar recrear el suceso.
Quiero suponer que vendrían de su residencia de Madrid a Amurrio ya que su esposa, María Pilar Aspiunza García, era natural de esta localidad. Y seguramente el automóvil tendría algún problema mecánico ya parece que se embaló pendiente abajo y, seguramente —siempre moviéndonos en el campo de la especulación— presa del pánico ante la posibilidad de despeñarse por la impresionante ladera de la montaña, Cayo optaría por girar hacia el lado contrario —el izquierdo en el sentido de la marcha— para chocarlo y parar la deriva loca del coche. Es así como él, que conducía el vehículo, se llevó el golpe mayor, y quedó aplastado contra los restos del coche, que «quedó destrozado«, falleciendo in situ. Por el contrario, su esposa salió «despedida con gran violencia» al encontrarse en el asiento del copiloto, que no había chocado de frente contra el peñasco. «Resultó conmocionada y con heridas generalizadas, de carácter grave» como reza la noticia.
Menos gravedad supuso aún a las personas que ocupaban los asientos traseros, la muchacha del servicio y la hija, de siete años, María del Rosario Redón Aspiunza. Fueron despedidas en el impacto y «también sufrieron lesiones, si bien leves afortunadamente«. No viajaba en el vehículo el otro hijo que completaba la familia, de nombre «Cayo-Antonio», que a la edad de tres años, aquel 23 de agosto pasó del paraíso de una familia muy acomodada al infierno de la orfandad.
Algunos otros viajeros que pasaban por la carretera «auxiliaron a los viajeros, viendo que el Sr. Redondo [sic: Redón] estaba muerto«. Además «se avisó por teléfono a Orduña, de donde se envió otro auto al lugar del suceso«.
Añade El Noticiero Bilbaíno que «Los heridos fueron alojados en casa del alcalde de Orduña, Sr Llaguno, a donde acudió un facultativo«, en referencia a Luis Llaguno Piñera, alcalde desde 1914 hasta el mes siguiente al accidente automovilístico, en septiembre.
A partir de ahí, casi un siglo de historia se ha encargado de borrar todo recuerdo de aquel infortunio que, sin duda, conmocionaría a la sociedad local y madrileña del momento. Solo los vientos, soles, nieblas y nieves que custodian día y noche el monumento memorial de piedra en aquel alto paraje, parecen negarse a olvidar lo sucedido. Como algún que otro ciclista que, sin prisas y deseoso de dar un descanso a sus piernas, descabalgó de su montura para recordar a Cayo y su acto de generosidad al sacrificar su vida por salvar la de los demás. Descanse en paz.
Hoy, 3 de mayo, se celebra la Santa Cruz. Se trata en realidad del supuesto descubrimiento de los restos de la cruz en la que se ejecutó a Jesús, en la primera intervención arqueológica de la historia. Puedes leer la historia, con cierto tono de humor y sorna pinchando aquí: Santa Helena, cada día más buena.
Y es que Santa Elena (o Helena) tendrá que ver mucho en la historia de la ermita, advocada a Santa Cruz o a Santa Elena, que a continuación vamos a desgranar. Son notas rápidas y sueltas sobre la historia de una humilde ermita, desde hace más de medio siglo desacralizada, pero que sigue siendo un símbolo de identidad para todo el pueblo de Laudio y más si cabe para su pintoresco barrio de Gardea. Así es que vamos a por ello, que la fecha lo merece.
Se cree que es en el entorno de la actual ermita de Santa Cruz en donde se articuló la primera comunidad aldeana que dio origen a Gardea en la Edad Media. Lo sabemos gracias a un documento testamentario fechado en el año 964 por el que los hermanos Jimeno y Marina donaron al monasterio de San Esteban de Salcedo la propiedad y derechos de su monasterio “San Víctor y Santiago, con sus tierras, viñas, molinos, manzanales y pertenencias» [el original en latín] en el lugar llamado Gardea.
Es la primera cita histórica conocida del barrio y del municipio de Llodio y, por su antigüedad, podemos suponer que es en torno al pequeño templo en donde se gestó aquella pequeña población altomedieval.
Podríamos suponer asimismo que, como suele ser habitual, las diferentes edificaciones religiosas que han existido a través del tiempo, con sus diversas advocaciones, ocuparon el mismo lugar, superponiéndose una sobre otra. Así es que solo una intervención arqueológica podría arrojar más luz sobre el origen incierto del lugar y sobre la potencialidad para la historia de ese enclave, sin duda una operación de gran interés estratégico para el municipio.
Fuera de esas especulaciones y retornando al edificio que nos ocupa, queremos de nuevo suponer que en 1564 ya existía, pues se cita como testigo de un bautizo a «Urtuño, fraile de Santa Cruz«. Y decimos que suponemos pues con esa advocación no la documentaremos hasta mucho más tarde: en el año 1818, según el Catálogo Monumental. Diócesis de Vitoria (Tomo VI. Micaela Portilla, 1988). Por la información que citamos a continuación, bien pudiera ser que la advocación de la Santa Cruz fuese secundaria o, probablemente, compartida.
Efectivamente, con anterioridad a esa fecha de 1818, se cita siempre en la documentación como «la ermita de Santa Elena» por la figura que presidía el retablo. Pero de una estética tan medieval y arcaizante que, en una visita, el obispo ordenó que se retirase, destruyese y enterrase la «efigie de Santa Elena colocada en el altar mayor de la ermita de su título, por la ridiculez en la que se halla» (1791).
Se trataría una imagen gótica o, más probablemente, románica, una estética que detestaban las autoridades eclesiásticas del XVIII: es muy corriente que las manden destruir por resultarles irreverentes y ridículas. Pero ello a su vez nos habla de la antigüedad del templo originario, medieval. En 1792 ya constatamos el pago al escultor Manuel de Acebedo por una nueva imagen de Santa Elena, más acorde con los gustos estéticos del barroco. Como veremos más abajo, cuatro décadas atrás se había remozado todo el templo y quizá no se consideraría digna de él la imagen antigua, de aspecto arcaizante: todo debía ser modernidad en aquel Siglo de las Luces.
Respecto a la doble advocación, cabe recordar que según la hagiografía cristiana y como hemos citado al inicio de este post, se le atribuye a Santa Elena la “invención” de la Santa Cruz, es decir, su hallazgo, en la primera cita histórica de una excavación arqueológica, por lo que podríamos estar hablando de lo mismo y hacer compatibles y coetáneos los cultos a Santa Elena y a la Santa Cruz en dicha ermita, quizá representando en la talla que presidía el altar a la santa portando una cruz.
El emplazamiento de la ermita, aprovechando un rellano a media ladera, también nos apunta a una génesis en el Medioevo. Cuesta rememorar aquel paisaje que nos llegó casi intacto hasta no hace tanto, ya que, según contaban los mayores que colaboraron en el proyecto Recuperación de la Memoria Colectiva de Laudio / Llodio (Fundación Amalur, 2007), la ermita se encontraba junto a una estrada que partía desde la torre y ferrería de Katuxa y que en la ermita se dividía en dos opciones para avanzar hacia Santa Marina o hacia Kukutza (Elorritxugana). Hoy, pegante a un polígono industrial, tiene ya imperceptibles aquellos encantos y caminos que la engalanaban en otros tiempos.
También sabemos gracias a la documentación (aportada principalmente por Micaela Portilla en el Catálogo de la Diócesis de Vitoria, 1988) que la ermita contaba con diversas propiedades como era habitual, para ayudar a su mantenimiento. Constaba de una casa para la fraila o serora, unas heredades para sembrar trigo, nogales, castañares y otros diversos árboles (1705).
Aquel bucólico entorno se complementaba con una fuente ferruginosa de gran aprecio por parte de los lugareños —hoy desaparecida tras las obras de circunvalación— y allí se llevaba a cabo una afamada romería, fiesta de la que tenemos constancia documental desde 1748 pues se contrata “un músico tamborilero” —txistulari— para la ocasión. Mi madre (n. 1941) recuerda desde la lejanía de su infancia cómo aquella fiesta a la que la llevaba de la mano su abuela Bernaba (n. 1878) era muy llamativa por la misa que se hacía, grandilocuente, cantada a muchas voces perfectamente armonizadas así como por la romería posterior.
INTERVENCIONES EN EL EDIFICIO. La primera referencia a unas obras la encontramos en 1716, con el edificio en estado de gran deterioro, y que obliga a una reparación de cantería en la “portalada della parte de la calzada”.
Unas décadas después, en 1752, se daba cuenta del estado ruinoso del tejado en la parte del coro, con gran peligro de derrumbe. Achacaban los problemas a una torre del templo situada en el oeste del edificio y que, sin ser necesaria, era la causa de la ruina del conjunto.
Así, se acometió la restauración y remodelación íntegra del edificio, con el derribo de la torre campanario y la construcción de la espadaña que todos conocemos, tan característica de esta ermita.
EL ABANDONO. Pero llegaron los tiempos modernos y la ermita se abandonó y comenzó su degradación tras construirse una iglesia de nueva planta en la carretera principal (1957), esta vez con rango de parroquia para poder adecuarse a las nuevas necesidades demográficas provocadas por la industrialización del Valle. Fue en el año 1957 y el trasvase se simbolizó con el traslado de las dos campanas de la vieja ermita —que a su vez procedía(n) de la antigua ermita de San Roque— a la nueva parroquia, así como las reliquias encastradas en un óculo del altar, un lignum crucis, es decir, un fragmento de madera de la supuesta cruz en la que falleció martirizado Jesús.
El traslado se hizo con todo el boato que la ocasión merecía. Cuenta el lugareño Manolo Luja, que lo presenció con sus mismos ojos, que las campanas iban sobre un carro tirado por una yunta de bueyes. Las acompañaban otros enseres y las tallas de los santos, embutidos en unos sacos y sujetos dentro de un cesto grande, para que no sufriesen mucho con aquel cansino traqueteo que los mudaba para siempre hacia aquella nueva casa de Dios.
Desde aquel día, nuestra ermita permanece desacralizada. Pero nadie pareció añorar el pasado perdido, especialmente los vecinos de los barrios alejados como Olarte o Izardui, que sufrían bajando cada domingo y festividad desde aquellas montañas para recibir el servicio espiritual o para trasladar sobre sus hombros los cadáveres hasta la parroquia central de Lamuza. «Los anderos, los pobres, llegaban reventados» recuerda mi madre. Con esta nueva parroquia a mitad de camino respiraron aliviados por la comodidad que les aportaba.
Así, en aquel ambiente de olvido que parecía convenir a todas las partes, aquella edificación fue paulatinamente degradándose, acabando con un uso como almacén de paja y otros enseres. Hasta que, gracias a la iniciativa vecinal de algunos entusiastas del barrio, se actuó para recuperar el edificio. También la romería se reactivó en 2011 y el antiguo templo se sometió a una rehabilitación en 2018 para evitar su ruina definitiva.
Hasta que llego la Covid y, por segundo año consecutivo, nos ha dejado sin romería en el día de hoy. Pero, a mí al menos, poco me importa el presente del lugar y mucho su futuro. Esperemos que le persiga una próspera popularidad entre las generaciones venideras y que la arqueología, en honor a Santa Elena, nos permita desvelar cuanto antes sus secretos más íntimos y ocultos.
Uno de los enclaves más emblemáticos del macizo y Parque de Gorbeia es la “peña horadada de Itzina” (así se denomina por primera vez en la documentación, en 1520), un orificio natural por el que una senda nos introduce al interior del universo kárstico de Itzina, atravesando la inexpugnable muralla de piedra caliza que lo flanquea. El nombre genuino de ese paso es Atxulo y no Atxulaur como tantas y tantas veces escuchamos. Pero no comencemos la casa por el tejado…
Pues bien, vayamos a ello. Cuando la Diputación encargó por primera vez un trabajo de cartografía y recogida de toponimia (Mapa Topográfico de Vizcaya, 1923-1928, el primer mapa de Gorbeia), el geógrafo madrileño Eladio Romero no tuvo duda alguna para llamar Atxulo a esa «peña horadada» y Atxulaur a la ladera que se encuentra frente al mismo. Adjuntamos el fragmento en una imagen. Sobra decir que el nombre del primer término procede de haitz + zulo ‘agujero en la peña’ y el otro de Atxulo + aurre, ‘frente a Atxulo’.
Pero ya sabíamos de ese nombre desde bastante antes, al menos desde cuando Orozko comenzó a usar cavidades naturales de su territorio para el próspero negocio de la venta de hielo. En efecto, a la sima cercana a nuestro pintoresco túnel rocoso, que se usó como nevera, se refieren las autoridades administrativas como «…el arrendamiento de las neberas que llaman de Zaratate, Usateguieta, Arraba y Achulo, sitas en término concejil de este enunciado valle, por lo que, para la prosecución de lo sucesibo, se auían sacado a remate en la forma y solemnidad acostumbrada…” (año 1747, Archivo del notariado de Bizkaia, Juan Fº de Rotaeche). Atxulo, porque no conocían otra forma para denominarla.
La misma percepción tuvo el sacerdote José Miguel Barandiaran, el patriarca de la etnografía vasca, cuando recogió y publicó (Eusko folklore, 1922) una leyenda local contada por el orozkoarra Pedro Mª de Sautua y que decía que «Refieren en Orozko (Vizcaya) que en una cueva que se abre en aquella parte de la peña Itzine conocida con el nombre de Atxulaur, en el lado oriental del boquete Atxulo, vivió antiguamente un famoso ladrón…» [se trata de una cueva de Atxulo hacia peña Lekanda].
Cuando unos años después publicó nuestro cura ataundarra (1924, Revista Internacional de los Estudios Vascos) la reseña de aquel viaje, de nuevo hace referencia a Atxulo: «El día 22 de mayo de 1922 exploré parte de aquellas laderas y estribaciones del monte Gorbea que dan frente al valle de Orozko. En aquella expedición me acompañó el culto presbítero D. Juan José de Bastegieta, cura de Olarte de Orozko, a cuya colaboración debo no pocos datos en estos y otros trabajos que he realizado. Pasando por la anteiglesia de Urigoiti, subimos a la loma de Odieta. Después, rodeando por el lado de Oriente las peñas llamadas Astapekatu, Atxulo y Lekanda, subimos a la campa de Araba y de allí a...».
Asimismo es nombrado ese paso como Atxulo en la cartografía del Instituto Geográfico y Catastral elaborado por el Servicio Geográfico del Ejército (1950) y lo recoge como tal.
Pero no hace falta viajar al pasado ya que si, entre otros informantes locales, preguntamos, por ejemplo, al legendario último pastor de Lexardi (Itzina) Jose Mari Olabarria «el Rubio» —antes también lo fueron su padre Juanico y su abuelo— nos contestará que ese paso natural por el que ha pasado cientos de veces camino a su chabola, se llama Atxulo. Y lo hará con cierta indignación porque a sus 85 años está ya cansado de explicar tantas veces que Atxulaur es la ladera, no «la ventana», siempre de nombre Atxulo. Igual resultado obtendremos si preguntamos a otro de los pastores míticos de Gorbeia, el octogenario Luis Larrea, de Zaloa (Orozko), y que cuida su chabola y rebaño en Austegiarmin: «Atxulo, Itzineko bentanea» será su respuesta.
Como cabía esperar, José Santos de la Iglesia Ugarte recogió la denominación Atxulo en su libro Itxina: toponimia, paisaje, vivencia (2001).
Y, por supuesto, en la actualidad con la toponimia del macizo recopilada, normativizada y estandarizada se propone Atxulo para nombrar ese lugar. Así está recogida en, por ejemplo, el mapa municipal de Orozko (2011), en el «Nomenclátor de Nombres Geográficos Oficiales de la Comunidad Autónoma del País Vasco”, como registro público, adscrito al Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, en GeoEuskadi del Gobierno Vasco, en Euskaltzaindia… Parece que, a excepción de la figura del Parque Natural de Gorbeia que gestiona ese espacio natural, todo el mundo tiene constancia inequívoca de ello.
En cualquier caso, no es reciente la confusión entre los nombres Atxulo y Atxulaur a la hora de nombrar el pintoresco túnel en la roca ya que es con este segundo nombre como prácticamente todos los montañeros foráneos lo conocimos y usábamos en su momento, desde hace ya bastantes décadas. Todo me hace sospechar que el salto entre aquel ineludible Atxulo hacia el nombre Atxulaur y la casi desaparición del primero tiene su origen en una mala interpretación de lo que alguien escuchó y malinterpretó. Y lo divulgaría posteriormente a través de mapas o publicaciones montañeras hasta haber convertido Atxulo en «el ojo de Atxulaur» tan extendido hoy en día. Un poco más tarde hablaremos de ello.
PEOR QUE MAL. Siendo como es la toponimia un patrimonio cultural reconocido como tal, corresponde su vigilancia y salvaguarda al Parque de Gorbeia o, subsidiariamente en este caso, a la Diputación Foral de Bizkaia. No hablamos de voluntades sino de obligatoriedad.
Por ello, nadie mejor para corregir el agrandado error que arrastramos con ese cambio de nombre. Con sus indicaciones de caminos, mapas y otras publicaciones pronto podríamos devolver todo este embrollo a su estado original, natural y legítimo. Bastaría que los mapas y las señalizaciones de los senderos producidos por el Parque indicasen hacia Atxulo para en una o dos décadas tener solventado el error.
Pero ni por esas. Ni el genuino Atxulo ni el equívoco Atxulaur: el Parque ha rotulado a diestro y siniestro con el nombre Atxular, una tercera pata para el banco, otra opción errónea más y, encima, probablemente confundidos con el nombre de Axular, sobrenombre del escritor clásico vasco (1556–1644) que dominó como nadie la prosa en euskera. Pues bien, consecuencia de ello, son ya centenares los errores que en redes y noticias encontramos, dando por Atxular o Axular lo que debiera ser Atxulo o, al menos, Atxulaur. ¿Se puede hacer peor?
PERO… ¿CÓMO SE CONFUNDIERON ATXULO Y ATXULAUR? Al margen de estos infortunios toponímicos de rabiosa actualidad y de la desesperación que produce que no se ponga el mínimo cariño con nuestra cultura, vamos a intentar explicar por qué se confundieron en un momento de nuestra historia Atxulo con Atxulaur. Es una interpretación de cosecha propia sin, claro está, documentación que lo soporte. Pero, a su vez, la intuición y la experiencia personal en el campo de la toponimia me dice que fue así con casi total seguridad. Situémonos mentalmente en las praderas pendientes de Atxulaur…
En dicho entorno, hay tan solo dos enclaves reseñables —»con nombre»— por ser referencia muy nítida para los pastores, carboneros, etc. del lugar. Uno, el bolaleku (‘la bolera’) Atxulaurgo bolalekua, una especie de hondonada al comienzo de la senda pedregosa hacia Atxulo. Allí jugaban a los bolos los carboneros y pastores. La segunda referencia es Atxulaurgo ubegia, la surgencia de agua que aflora y divide con su casi imperceptible corriente en dos el terreno.
Como hemos adelantado, las surgencias o afloramientos acuosos son conocidas en el lugar como ubegi, literalmente ‘ojo de agua’, de ur + begi, con el paso evolutivo ur– > u- como ya tratamos al hablar del topónimo Ubizieta. Adelantamos que el sustantivo ubegi es relativamente normal en Gorbeia —en donde hay varios lugares denominados así— pero desconocido fuera de este entorno geográfico. Es decir, no identificable para alguien venido de fuera aunque fuese vascohablante, algo clave para poder entender nuestra historia.
Así, supongo que algún avezado montañero que en su día recogió notas para elaborar un mapa o relato del macizo de Gorbeia en compañía de algún lugareño, al preguntarle sobre los nombres del lugar, escucharía el «Atxulaurgo ubegia«, (‘manantial de Atxulaur’, como lo refleja Eladio Romero en el primer mapa del lugar, 1923-1928) término que, por una relación mental errónea del visitante, con el orificio de la roca superior a la vista, interpretaría erróneamente como «Atxulaurgo begia«. Porque conocería el término begia pero no ubegia. Y ya teníamos así, como por arte de birlibirloque, el archiconocido Ojo de Atxulaur (begi, ‘ojo’ en euskera) que nunca antes había existido. Para más inri y tormento, lo encontraremos muchas veces en sus versiones en euskera actuales como Atxulaur(go) begia, término que jamás usarían los locales, ya que siempre se refieren al paso de sus andanzas como bentanea ‘la ventana’ y nunca como ‘ojo’.
Y así se recogería en algunas notas o mapas y el anecdótico error se ha ido multiplicando hasta el infinito.
También está bastante extendida entre montañeros la denominación Atxulaur atea. Creo que debemos su invención y difusión a Javier Malo Icíar y sus mapas de cordales que fueron la guía de todo gorbeista. El hecho de que término Atxulaur no esté declinado (Atxulaurgo) nos refuerza esa idea de topónimo de nueva creación. Por cierto, en su mapa recogió como nombre de la fuente del lugar Atxulaur, a la que da como topónimo de segunda opción Ubegi, por no conocer el significado de ese vocablo.
LA FUENTE ORDEKOITURRI. Pero eso de interpretar algo diferente a lo escuchado no es nada extraordinario. Lo he sufrido en mis propias carnes.
Cuando caminamos desde Urigoiti hacia Atxulo una magnifica fuente nos espera para refrescarnos. Yo siempre la había conocido como la de Egilezaburu (Egalesaburu en dicción local) pero, cuando estaba recogiendo la toponimia del lugar para elaborar el mapa de Orozko (2001-2011), alguien había colocado una placa metálica en ella con el nombre Ordekoiturri. Me pareció una estupenda aportación y la presencia de aquella placa me hizo creer que el nombre contaba con toda la legitimidad del mundo. Y así lo recogí y se publicó en el mapa porque nadie, en las diversas exposiciones al público previas, se había percatado del error.
Al parecer, según me contaron después, un lugareño había dicho a un entusiasta de los nombres «Hor dok iturrie» o algo similar, ‘ahí está la fuente’, mientras estaba con él en aquellos parajes. Y, emocionado con el nuevo topónimo que creía haber descubierto, lo grabó en una placa para colocarlo en la fuente y así darlo a conocer. Para más desbarajuste, se sumó el error por mi parte de recogerlo y publicarlo sin haberlo contrastado. Un desastre. Afortunadamente, ya se encargó de arrancar la placa un vecino, indignado porque le habían cambiado con una chapita y un mapa el nombre de «su» fuente. El caso del error por mi parte, con su punto cómico pero con moraleja en lo que a metodología se refiere, se ha tratado en diversos congresos sobre toponimia y lingüística. Al fin y al cabo, un malentendido humano similar a lo que seguramente sucedió cuando convirtieron nuestro Atxulo en nada menos que un ojo y, encima, de Atxulaur.
Y así están las cosas, esperando en esta iniciativa personal el cambiar desastres que poco parecen inquietar a quienes ni siquiera se molestan en mirar un mapa antes de colocar unas señales. Dejadez o falta de amor a la tierra que se pisa. No sé… pero me duele.
Así es que nos toca una vez más exponernos para hacer una denuncia, con los perjuicios personales que ello conlleva. Otra lucha inútil contra los molinos que mueve con arrebato el viento de la desidia. Pero todo sea por el amor a ese bendito lugar al que entre todos tenemos que devolver su nombre y porque no sea el pastor José Mari el último que llame Atxulo a esa ventana. Que sea «la peña horadada» (1520) pero por nada del mundo, 500 años después, «la peña deshonrada».
El desorden toponímico que existe en el Parque Natural de Gorbeia es, quizá, de mayor volumen que el mismo macizo. Pero la mayoría de las veces no es un caos natural producto del uso popular, sino basado en errores impulsados (paneles, folletos, señales…) por las mismas instituciones, diputaciones forales de Bizkaia y Álava, que son quienes gestionan el parque desde que se declaró como tal en 1994.
A la vista del resultado, está claro que esos entes nunca han considerado la toponimia como un elemento patrimonial más del Parque y las cosas se han hecho «como sea», sin invertir un minuto en ello, el mínimo cariño exigible, y con una falta de sensibilidad que hace que a algunos nos duela hasta el alma. Así es que, vamos a intentar ordenar algo el estado de las cosas, dando un recorrido por varios de esos topónimos, aun sabiendo que a estos artículos les espera un futuro poco halagüeño, ya que han de luchar, en notable desventaja, contra la difusión de los errores, multiplicados hasta el infinito por los usuarios y las redes sociales. Pero por la verdad, siempre hemos de arriesgar, aunque ello conlleve dejarse un puñado de pelos en la gatera.
Ayer ascendí hasta una de las cumbres más reseñables del macizo, en el cordal que desde la cima de Oderiaga desciende hacia el río Altube. Según reza la placa del buzón cimero, se trata de «Egileor-Ubieta«, aunque la mayoría la conozcamos más como Ubixeta y que, para rizar el rizo, el Parque, en las señalizaciones de las rutas para llegar hasta allí, denomina Ubitxeta. Pero, todas y cada una de estos nombres precedentes son inadecuados y no se corresponden con la realidad de su uso histórico y natural. Vayamos por partes.
EGILLEOR. Basta preguntar a cualquiera de los pastores del lugar para que nos aclaren que el nombre de esa montaña es y solo es EGILLEOR. Nada de Ubieta o sus variantes. Al tratarse de un nombre de lugar (no sucede lo mismo con el uso genérico de la palabra) hay que escribirlo con «ll» y no con «il» —como aparece en la placa del buzón— pues, al pronunciarse con sonido «ll» hay que reflejarlo tal cual en la toponimia.
Por cierto, egileor(que podremos escucharla con las variantes egillor, eileor, eillor, ellor, illor…) es un vocablo en notable retroceso y que significa ‘redil‘ o ‘cabaña para el ganado’, (no creo que debamos confundirla con hegi lehor, ‘ladera o cumbre seca’, ya que aquí no daría «ll«) algo muy apropiado para este enclave pastoril que nos ocupa.
UBIXETA. Ubixeta es un nombre que nunca ha existido como tal, inventado. Su generalización se debe a una intervención foránea y por vía culta, no popular. Nada tiene que ver con el uso local y menos para nombrar esa cumbre. La equivocación surge porque esa denominación es la que se da a la majada y pequeño vallecito cercanos a esa montaña. En la placa del buzón ponen Ubieta pero tampoco es correcto ni nunca ha existido como tal.
Esta confusión parece surgir de los montañeros foráneos. Aparece como Ubilleta en los primeros catálogos de cimas para los concursos montañeros. La primera referencia que conozco del Ubixeta más generalizado, procede del mapa elaborado (1975) por el montañero Javier Malo Icíar (1929-2013), aquellos mapas de cordales que fueron el vademécum de nuestras andanzas montañeras. Lo da como Ubixeta y, entre paréntesis, la segunda forma Eguillior (transcrito literalmente).
La variante Ubieta la propone como correcta mi colega y amigo Patxi Galé en su obra Catálogo de Cimas de Bizkaia (Diputación Foral de Bizkaia, 2000), partiendo del extendido Ubixeta precedente, al confundir esa «x» (que en realidad era un invento y no algo natural propio del lugar) con un sonido protético para evitar los diptongos, similar a lo que sucede en Elorrio > Elorrixo, trikitia > trikitixa, ogia > ogixa, etc. Pero ese fenómeno fonético del sonido «x» tan común en otras zonas, es inexistente en el occidente vizcaíno, en el entorno que nos ocupa de Gorbeia u Orozko.
UBIZIETA. Esa es la denominación correcta que corresponde a la majada cercana. Insistimos, no a la cumbre. Es el plural toponímico de ur bizi, literalmente ‘aguas vivas’ y ‘manantial’ a efectos prácticos. Un nombre perfecto para nuestro enclave, con diversos y abundantes afloramientos de agua. Ubizieta significaría, por tanto, ‘(los) manantiales’. Como es sabido, en este entorno geográfico, el término ur ‘agua’ pasa a transformarse en u- (ur > u-) , al entrar en contacto con otra palabra cuyo comienzo es una consonante. Es lo mismo que sucede en Ubidea (de ur + bidea ‘canal de agua’), ubegi ‘surgencia’ (ur + begi)… De ahí que nuestro topónimo seaUbizieta y no Urbizieta.
Es la forma a priorizar, decíamos, porque es lo que realmente usan los lugareños e informantes locales. Ellos, en dicción popular y rápida, lo pronuncian «ubisíta» pues, como sabemos, en el occidente vasco no se distinguen la «s» de la «z«. Además, en las composiciones acabadas en vocal a la que se añade el sufijo abundancial «-eta«, por economía a la hora de articularlo, hacen desaparecer la «-e-» intermedia que sí hemos de escribir pero podemos perdonar que no se pronuncie. Como cabría esperar ese fenómeno de perder la «-e-» interior se manifiesta también en otros topónimos del municipio: Sintzieta > Sintzita, Pagoeta > Pagota, Arearrieta > Arearrita / Alarrita, Aretximinieta > Aretximinita, Mintegieta > Mintigita…
Por si hubiera dudas, la documentación histórica que hemos podido localizar, no deja lugar a dudas: «un monte arbolar nombrado Oquelugorta-Ubisieta» (1866, Registro de la Propiedad, pertenencia del caserío Ugartebengoa de Orozko), así como un jaral en «Ubicieta» (también 1866, Registro de la Propiedad, pertenencia del ya desaparecido caserío Uribarri de Orozko).
UBITXETA. Solamente la desidia y la falta de interés por lo que se hace pueden haber dado como fruto el nombre Ubitxeta, algo que no como tal ni parecido ha existido jamás. Para mayor dolor, también con ese engendro toponímico de Ubitxeta está catalogado el dolmen situado en el collado superior de Ubizieta. Lo tenéis calificado como «Bien Cultural, con la categoría de Conjunto Monumental, las Estaciones y Monumentos Megalíticos relacionados en el anexo I, que se hallan en el Territorio Histórico de Bizkaia» (Decreto 25/2009, de 3 de febrero en el BOPV de 6 de marzo de 2009).
Tampoco es de recibo que esa aberración toponímica la que priorice e impulse el Parque en sus señalizaciones. Porque frente a las dudas que podían existir en el pasado, en la actualidad ya está recopilada, normativizada y estandarizada la toponimia del macizo. Y disponible en, por ejemplo, el mapa municipal de Orozko, en el Nomenclátor de Nombres Geográficos Oficiales de la Comunidad Autónoma del País Vasco, como registro público, adscrito al Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, en la aplicación GeoEuskadi del Gobierno Vasco, en el Catálogo de Cimas de Euskal Herria (Federación Vasca de Montaña), en la mismísima Guía Cartográfica de Bizkaia (publicada en 2004 por la propia Diputación y en donde, con acierto, se dio para la cumbre el nombre correcto Egilleor), en Euskaltzaindia, valiéndose del mismo contacto con los pastores del lugar, consultando a quien pudiera saber al respecto… Parece prácticamente imposible hacerlo mal. Pero se hace, como veremos en tantos y tantos casos más.
Para finalizar quisiera justificar este desasosiego difícil de disimular. Y es que, por principios propios, soy la persona más clemente y comprensiva frente a cualquier error humano que pudiera cometerse, porque de esos somos todos partícipes, yo el que más. Pero a su vez soy intransigente con la dejadez, con el no intentar hacer las cosas lo mejor posible por no perder un minuto, con la desidia, con el «qué más da», tan común en las administraciones públicas, en las que tomo parte: quizá por eso me duela aún más.
EN RESUMEN:
EGILLEOR es la forma correcta y única para nombrar la cumbre. Es la denominación inequívoca que me facilitaron los informantes cuando, entre 2000 y 2011, estuve recopilando la toponimia de Orozko por aquellos parajes. No sirve por tanto valerse del mantra de que la toponimia y las lenguas son algo vivo que evolucionan, porque no es este el caso: su nombre sigue siendo Egilleor y así lo usan sus naturales.
UBIZIETA es la forma adecuada de escribir el topónimo que hace referencia a la majada pastoril y el valle lleno de manantiales sobre el que se asienta. No sirve para denominar la cumbre, que ya tiene su denominación específica. En la dicción local, la forma usada es Ubisita. Coincide con las formas históricas documentadas, siempre Ubizieta. Su significado es el de «manantiales».
UBIXETA, UBIETA y UBITXETA son variantes inadecuadas, que ni han existido ni existen en el uso local. Son formas introducidas por vía artificial y culta, producto de montañeros, cartografía, gestión por parte del Parque, redes sociales, publicaciones… engendradas fuera de ese municipio de Orozko y del macizo, consecuencia de no haber contrastado el uso local del topónimo. No es, por tanto, una evolución toponímica o lingüística. El uso equívoco de esos nombres es algo comprensible en otras épocas pero incomprensible e inaceptable hoy en día, menos por entes públicos.
Hagamos pues entre todos, un último esfuerzo de fidelidad y cariño a nuestra tierra, para devolver a esos altivos parajes sus nombres genuinos, fuera de denominaciones extrañas e invasoras que no hacen sino dañar el patrimonio cultural local.
Aquí tenéis un humilde regalo, fruto de alguna que otra hora de entrañables conversaciones: el libro, para que podáis descargarlo, usarlo y difundirlo. Eso sí, sed elegantes y citad siempre la fuente.
[EUSK] Abenduaren
22an, Eguberrien atarian geundela, «Laudioko berbak/Palabras de Llodio»
liburua aurkeztu zen. Eta bertan aurreratu zen liburuaren bertsio digitala nahi
zuenaren eskura jarriko zela udalaren webgunean. Horretarako laudioarrentzat
data esanguratsua den bat hautatu zen, Dolumin Barikua, eskualdeko nekazari eta
abeltzaintza azoka, herriko jai egun handia.
Bestalde, nahiz eta jende
gehienak liburuaren paperezko alea jaso badu ere, beti eskatu ahal izango da,
edizio digitalaren eskaintzarekin bat eginda.
Euskarri digitalari
dagokionez, liburuaren bigarren edizio bat ere atontzen ari dira, bertsio
digitalean soilik eskainiko dena eta, jasotako ekarpenei esker, lehenengoa
handitu eta biribilduko duena. Horrela, berba-bilduma bitxi hau burutu egingo
da. Eta denbora igaro ahala, etorkizuneko belaunaldientzat benetako altxor
bihurtuko da. Izan ere, harriduraz eta miresmenaz irakurriko dituzte 2020. urte
inguruan oraindik erabiltzen ziren hitz bitxi horiek, berezko nortasun-ikur
diren euren herria identifikatzeko: Laudio.
Liburuaren bertsio digitala (bai lehenengo ediziokoa, bai hurrengo bigarren edizio handitua) ikusi edo deskargatu ahal izango duzu esteka honetan sakatuta:
DISPONIBLE
LA VERSIÓN DIGITAL DEL LIBRO “LAUDIOKO BERBAK / PALABRAS DE LLODIO”
[CAST] Cuando 22 de diciembre, a las puertas de la
Navidad, se presentó el libro “Laudioko berbak / Palabras de Llodio” ya se
adelantó que la versión digital del libro se pondría a disposición de quien la
quisiese en la web municipal. Para ello se eligió una fecha emblemática para
los laudioarras, el Viernes de Dolores, feria agrícola ganadera comarcal, gran
día de fiesta en el pueblo.
Por otra parte, a pesar de que la mayoría de la gente ya ha recogido su
ejemplar en papel, en todo momento podrá solicitarse, al margen de exista la
edición digital.
Respecto a esta última, se está perfilando una segunda edición del libro,
que solo se ofrecerá en versión digital, y que aumentará y redondeará más la
primera, gracias a las diversas aportaciones recibidas. De ese modo, se
culminará esta precisa recopilación que, pasado el tiempo, se convertirá en un
verdadero tesoro para las generaciones del futuro. Porque gozarán, entre la
sorpresa y la admiración, de aquellas curiosas palabras que se usaban aún en
torno a 2020 y que son una inherente seña identitaria de su pueblo: Llodio.
La versión digital del libro (tanto de la primera edición como de la segunda aumentada) la podrás ver o descargar pinchando en el siguiente enlace:
El morcillón es en realidad cualquier morcilla de dimensiones mucho mayores que las habituales. Para ello se embute la masa de sangre, verduras y arroz en el estómago del animal —como se ha practicado en la Montaña Alavesa—, en la vejiga o, lo más extendido y habitual, en el intestino ciego.
El embutido así elaborado era uno de los manjares más apreciados y codiciados de la matanza y solía reservarse para celebraciones con un carácter de proyección social: a veces se consumía la semana siguiente a la matanza entre todos los que habían colaborado o la llevaba el hombre de la casa a la taberna para compartirla como acto de socialización o se entregaba como regalo muy apreciado o… No descuidemos tampoco la costumbre «de obligada vecindad» de regalar alguna morcilla a cada una de las familias próximas, incluso cuando el trato entre ambas no era muy cordial.
Pero, volviendo a nuestro
morcillón, lo que realmente me llama la atención de él es que, ese producto tan
«entrañable» —elaborado
con las entrañas—, haya recogido
gran parte de su importancia simbólica en sus denominaciones.
En el entorno en donde me ha tocado nacer y vivir ese producto se conoce mayormente como lope y, a pesar de que la imaginación nos invita a relacionarlo con el apellido del antiguo señor de Bizkaia, parece ser, por unas referencias de Juan Ignacio Iztueta (1767-1845) en su obra Guipuzcoaco provinciaren condaira edo historia, que hace referencia sin más a todo aquello ‘grueso, gordo’: «Lope orobat da euskarazkoa, eta adierazten du dala lodia, gizena, lotua edo sortatua«.
Pero también conocemos y utilizamos en Laudio —en mi familia sin ir más lejos—, quizá por contacto con Orozko y Arrankudiaga en donde se usa con más profusión, el nombre aitelope para denominar el preciado embutido. Es decir, una denominación que nos deja a las claras que aquel estimado manjar estaba reservado al padre, al cabeza de familia para lo que él dispusiera: aita + lope, el ‘morcillón del padre’.
En la misma línea parecen ir otras denominaciones como guitalope de la zona minera vizcaína, cuyo primer elemento no llego a identificar pero, sobre todo, me llama poderosamente la atención el enigmático aite eterno ‘padre eterno’ usado en Zeanuri, Basauri o Begoña-Bilbao y que parece aportar otras connotaciones más sacralizantes a nuestro morcillón.
Toda esa excelsitud que va in crescendo en sus nombres, parece consumarse con la denominación jaungoiko ‘dios’ con la que, ni cortos ni perezosos, dan a ese manjar en la comarca de Busturia. Y, rizando el rizo y para finalizar, tenemos el jaungoikonagusi ‘el dios principal’ de Durango. No sé si estamos ante un vocablo reverencial o ante la mayor herejía que se ha escuchado en el interior de nuestros caseríos. No: no lo creo…
Es más, sospecho que oculto bajo ese trato lingüístico tan diferenciado y grandilocuente debe yacer alguna creencia que hacía del morcillón un alimento casi sagrado, sobrenatural o rodeado de rituales. Lástima que no lo podamos saber ya. Pero sin duda todos los indicios de esos enigmáticos nombres apuntan hacia ello.
Es que la historia y todas nuestras lejanas tradiciones parece que brotan desde el interior de la misma tierra para salir a saludarnos. Estemos en donde estemos. También en el caserío Okeluri en una tarde de matanza en pleno carnaval…
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